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Moho: libro de Cristal Alarcón Filinich (selección)

PAPAS

El problema es ese,

ya me acostumbré.

Me casé a los veinticinco,

terminé la carrera a los veinticuatro.

Nunca quise ser contadora.

Mi problema es ese,

verás,

pelar papas siempre fue mi pasión,

es mi gloria, le decía a mamá,

el problema es que nunca hubo universidad para pelar papas,

el problema es que las papas llegaban peladas a casa.

Me casé a los veinticinco,

pero aprendí a pelar papas a los doce.

Te dije que era mi pasión.

Solía hacer papas salteadas con cebolla,

y la cebolla nunca me hizo llorar,

pero sí el corte de mis silencios con el cuchillo.

Si hubiera una universidad para pelar papas,

quizá

no hubiera sido de esta manera,

no,

quizá no.

Tener doce y apretar la tabla contra mi cuerpo.

Usar el filo,

sentir el filo,

ser el filo.

Las papas nunca se cortan solas. Tenía veinticuatro,

sonrisa perfecta,

título en brazo,

cuchillo en mano,

anillo en dedo.

Ese es el problema,

el único círculo que conocí se encontraba en la sartén

de mango duro,

preciso,

recio,

eterno.

La llama candente y el silencio.

Yo y la papa,

la papa y yo.

El problema es ese,

verás,

tener veinticinco es entender que a marido no le gustan las papas con cebolla,

entender que marido odia los tubérculos,

entender que marido no entiende el sentido de que el filo soy yo, filo

que corta,

llora

y sangra,

sí,

filo que sangra.

Tener veinticinco sin ninguna meta cumplida.

Aprendí a contar y me dieron un título,

aprendí a amar y me dieron una tabla para picar mis dedos,

un hilo para colgar mis pechos y

una cesta

para guardar mis papas.

MOHO


Dijiste que nunca tendríamos una casa como esta cuando aún construías nuestros cimientos con trozos de pan y fósforos.

Dijiste que las paredes de nuestra habitación, un espacio neutro de cuatro planos, acogía naciente el moho que por tantos años nos había aprisionado,

del que fuimos dependiendo y, tan pronto como llegó, se fue expandiendo,

devorando nuestros zapatos y las prendas que andaban colgadas sin dulzura.

Al año siguiente, tiempo después de su aparición y contra todo pronóstico y/o pintura selladora, el moho llegó a primaria.

Y nosotros continuamos apreciando su tenebroso desarrollo desde aquella esquina en la que dejamos los pinceles para ponernos simplemente a contemplar el deterioro de nuestras manos.

El moho siempre fue más grande que la cesta de ropa sucia que cargamos con nosotros después de 1999, antes de romantizar los calzones manchados en la llave de las duchas, el polvo en las esquinas de las ventanas y todos estos dibujos y siluetas que el moho retrataba en las paredes de pan, que se hicieron de cemento, casi a la fuerza, aguardando su arribo.

Pusimos flores en la casa,

a la entrada y a la mesa,

al salón que era lo mismo que el comedor,

y a la habitación principal se la abandonó, como alguien que no espera demasiado de otro alguien, como una habitación cualquiera que no tiene fe, que no ama,

o quizá sí,

y era simplemente la belleza y el clamor del moho por más atención.

Nos acostábamos cada noche deseándole felices sueños a los sueños grises, al moho,

que esta vez y por periodos iba cambiando de color.

El moho continuó expandiéndose durante casi 17 años,

llegó a ocupar las tres cuartas partes de nuestra habitación.

Tres cuartas partes y los cuadernos de quinto de media se desvanecieron.

Se ahogaron en los retretes que ya no usábamos porque no podíamos permanecer sentados. Era sinónimo de anhelo.


El moho cambió nuestra fisiología,

nuestra percepción del color,

nuestros aromas en invierno.

Nuestras ventanas siguieron agrietándose después del terremoto del 2007,

o la pelea del 2010 en la que rompimos las estelas de los vidrios que se incrustaron en nuestros labios.

Para decir te amo había que sangrar, o no decirlo.

Entonces,

permanecimos en silencio,

mientras al fin

la pintura selladora surtía efecto.





de Moho

Editorial Personaje Secundario

2020





Cristal Alarcón Filinich (1997). ilustradora, escritora y estudiante de diseño gráfico. Es directora de la revista literaria Verboser. No nació en Lima.


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