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Aquel primer vuelo perdido para siempre: cinco poemas de Luís Mallarino

CASOS DE LA VIDA REAL

El mejor músico de mi generación

consiguió empleo en un call-center

—turno de noche—.

De sus diademas brota

el ruido de las hachas medievales,

la canción imaginaria de los australopitecos,

la tos de los enfermos de América Latina,

el último discurso de Salvador Allende

y un verso inexplicable de León de Greiff.

Del otro lado de la línea

un gringo furibundo se rasga las vestiduras

—discuten en La mayor

soledad—.

El más cercano a Cristo de mi generación

trabaja clandestino matando caimanes;

las pieles son enviadas a Tailandia por barco

y también por barco llegan los salarios,

por eso tardan tanto, dicen los jefes.

El mejor poeta de mi generación

fue internado en un hospital psiquiátrico.

Enfermeras armadas con jeringas y ungüentos

lo atormentan.

Cada vez que tiene un verso entre labios

lo hacen tragar su medicina

y el verso.

El mejor matemático, flaco y desgarbado,

—el número pi está errado, me dijo un día—

se hizo instructor de gimnasio

no se sabe cómo.

El mejor narrador que conocí

dicta clases de ética en Tubará,

sin ética alguna,

con una profunda debilidad

hacia las niñas que se escarban

los muslos bajo la falda.

El mejor preparador de jugos de naranja,

catorce años después,

sigue preparando jugos de naranja

en una choza fúnebre.

El sueño de convertirse en multinacional

quedó en el saco de las frutas podridas.

La mejor humorista que conocí

murió en la absoluta miseria

(el cuerpo lleno de catástrofes,

la dentadura triste,

el rostro hecho de pánico y soledad).

La muerte sonrió. ♣♠♦♥

UN POCO DE SOMBRA Y UN BESO

Ayer descubrí que mi vecino

es vendedor de aguacates.

Lo vi salir al amanecer

con su disfraz de árbol encantado

y no pude ocultar el asombro:

la palangana enorme

sobre la cabeza florecida,

el tronco firme,

las sandalias vueltas raíces.

Nunca antes había visto

a un vendedor de aguacates

salir de una casa

—de su propia casa—.

He vivido,

no sé cuántos meses, a su lado.

De tanto verlos calle arriba

creí que vivían, plantación adentro,

junto al árbol que los vio nacer,

y que dormían entre los frutos caídos

como otro fruto caído.

Ahora sé que están entre nosotros

ocultos, como agentes secretos

de un estado fallido.

Antes de partir

deja caer sobre su pequeña

un poco de sombra y un beso;

ella agita su mano hasta que él

es solo un ramaje difuso

al borde del camino.

Una corriente de aire

lo estremece a lo lejos,

lo tambalea, y

yo me pregunto,

cuántos aguacates habrá que vender

para tener derecho al paraíso.

En ese momento

ella me descubre y sonríe

—le calculo un año y medio o dos

sobre el mundo—.

Su padre se ha ido,

y ella ríe.

Quizá piensa en lo ridículo que me veo

sin palangana y sin raíces.

♥♠♣♦

CAJA DE MÚSICA

A mí me da la impresión de que en tu boca hay tangos,

que de tus manos brotan todos los flamencos,

y que en tu cuello se escuchan cantos de lumbalú.

Me parece que tus muslos

se debaten entre el guaguancó y el mambo,

que en tu espalda habita un sexteto

(al mínimo roce puede escucharse

un son palenque,

un canto jíbaro,

un currulao).

¿Si has visto que en tus dedos

nacen todas las arpas y los llanos?

Hay también un bullerengue senta'o en tus piernas

y es mejor no levantarlo.

Ya se sabe que del África a tu vientre

hay un camino de tambores embrujados

(solo se puede cruzar cantando),

pero dime,

¿qué hace un bossa-nova en tus senos?,

¿qué es lo que busca un blues en tus labios?,

¿por qué en tu cabello se juntan

las líneas de todos los pentagramas?

No hay más explicación:

tu cuerpo es una caja de música,

¿bailamos?

♣♠♦♥

TEMÍSTOCLES MACHADO

Este territorio está mezclado con mi sangre,

irme sería como olvidarme de mí mismo”

En su memoria.

Me gusta pronunciar tu nombre,

Temístocles,

parece el nombre del ingrediente secreto

que da color a las rocas.

Parece también una palabra mágica

para que al fin se maduren los tamarindos,

Te-mís-to-cles,

lo repito

y se sonrojan las mandarinas.

Si dos o tres se reúnen en tu nombre

una semilla parpadea

en el vientre de la tierra,

y un trozo de bambú presiente

cuál será su nota musical

en la marimba,

Temístocles,

el verdadero mapa de Buenaventura

estaba en las arrugas de tu frente.

Las líneas de tus manos

fueron afluentes del río Anchicayá.

¿Cuántos tocaron a tu puerta a media noche

para pedir una tacita de tierra

y completar así el café?,

Temístocles,

nos han negado la tierra,

no oímos ladrar a los perros,

y todas las respuestas

estaban en tu portafolio:

¿quién es el dueño de los robles amarillos?,

¿a quién pertenecen las gallinas sin vacunar?,

¿en dónde comienzan y terminan

las raíces del limonero aquel?

Me gusta pronunciar tu nombre,

Temístocles,

lo digo

y siento que se fastidian tus asesinos.

♣♠♦♥

UNA PECOSA ELLA

Una sola vez me enamoré a primera vista

—era pecosa—

quiero decir

que tenía constelaciones en la piel

que batía espuma de mar sobre sus hombros

que en su espalda

a cada rato

eran las ocho de la noche

y en sus senos

era siempre

víspera de primavera

(ya exagero)

la verdad es que nunca vi sus senos

no existían aún

no habían nacido

éramos niños

inocentes como zapatos rotos al pie de una flor

—ella también se enamoró—

nos citamos a las cuatro

en una banca azul de un parque entristecido

y todavía

no sé por qué

llegué con diez minutos de retraso

(ya no estaba)

«pero estuvo» dijo el señor del helado

«una pecosa ella

de ojos claros»

y había rastros en la banca

restos de piedra lunar

espuma

la cola de un cometa

escarcha roja

«se fue por ese lado»

(un cono de fresa me señaló el camino)

la seguí durante horas

y primero me encontró la noche

éramos niños

inocentes

como hormigas con trocitos de cartón

la encontré por fin

con una guerra de mil días en la mirada

y me mintió como mienten las mujeres grandes

«yo no pude ir» me dijo

y yo no quise avergonzarla

y no le dije nada

no le dije a nadie nunca nada

ni la vi más nunca

pero hoy

una pecosa de ojos claros

me dice –implacable- que

desde hace diez minutos

las puertas del avión están cerradas

que he perdido el vuelo

que con gusto

me anuncia la penalidad

el nuevo itinerario

y no le digo nada

solo atino a recordar

aquella puerta secreta

cerrada en la penumbra

aquel primer vuelo

perdido para siempre

veinte años atrás

♣♠♦♥

Luis Mallarino (Colombia, 1986) Poeta y narrador. Premio Internacional de Poesía Paralelo Cero 2020. Premio distrital libro de narrativa, ciudad de Barranquilla, 2017. Tercer lugar, concurso nacional de poesía Casa Silva, 2016. Tres veces ganador del concurso nacional de cuento infantil Comfamiliar Atlántico, 2011, 2013 y 2014. Premio distrital libro de poesía, ciudad de Barranquilla, 2013. Segundo lugar, concurso nacional de poesía Andrés Barbosa Vivas, 2011. Mención de honor, concurso nacional de cuento de la Universidad Metropolitana, 2015. Mención en el concurso nacional de poesía “Isaías Gamboa”, 2005. Ha publicado, para adultos, “Toda la lluvia era nuestra” (2018), libro de relatos. Y, para público infantil: “El abominable monstruo devorador de papel higiénico” (2011); “La venganza del salchichón cervecero” (2013); y “Tarzán contra Papá Noel” (2014).


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