Pesquisa acerca de “Poemas Idiotas” de Ismael Velázquez Juárez
Si hay una primera cosa que me pregunto es el título. Idiota, fuera del cuestionamiento a las capacidades mentales, también puede significar algo incómodo o designar a un cretino. ¿Son estos poemas “incómodos”? Destacan, desde luego, una tendencia hacia la que nos dirigimos. ¿Idiotas se les dice por, en apariencia, la simpleza, lo limpio del corte de la tela? o, quizás ¿por ignorar el instinto de supervivencia y maridar el fin del mundo?
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Poemas idiotas (Ed. Electrodependiente 2019) es un libro que, a primera vista, se mueve en tres ejes.
(1) La idea de vejez, la idea de fin o de algo quiere cerrarse. Se me ocurre, la idea de cansancio más que de abulia. El mundo se agiliza en otra dirección, pero no hay experimentación trágica del cambio. Hay algo de humor negro, hay cierta calma en la destrucción paulatina, la obsolescencia programada.
(2) Una propuesta estética que consistiría, más o menos, en la poetización de escenas en apariencia cotidianas pero a las que se ha hilvanado de tal forma que, en la simpleza del dia a dia, hay una complejidad inusitada:
mira el vaso de la licuadora
como si fuera
una pintura renacentista
o tal vez en verdad eso sea
una pintura renacentista
que ha tenido una vida demasiado agitada
ocultándose y huyendo siempre de todos
sólo para que ahora
en este momento
nadie más que él
la vea
A la vez, también un equilibrio que se plantea: que lo estético puede no estar mediado por el Poder, puede que aparezca súbitamente en el objeto que tiene uno a su izquierda (derecha, enfrente o detrás) en el preciso momento que lee esta web.
(3) Finalmente, habría una reivindicación de la incertidumbre, que media la interacción entre el aspecto subjetivo, que malamente alguien llamaría “vital”, y la obra.
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Habría que dejar de lado la vida, quizás el aspecto del personaje construido pueda decirnos algo más de nosotros que de lo que nos dice del autor. Reitero que es posible, pero ¿quien lee a estas alturas para abstraer del ensamble una moraleja y pretender que el mundo está mejor por ello?
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Se me ocurre algo ¿y si quien nos habla desde el poema es el poema mismo?
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No solo me agrada esta perspectiva porque me permite quitarme de encima un personaje innecesario en mi lectura, pero además proporciona una forma de unificar estos tres ejes.
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De esto quizás podríamos decir que el poema está cansado, el poema busca entrar a un estado de abandono en la corriente caótica. No la corriente temporal, no se deja pervertir por la degradación entrópica sino que la abraza, “sigue la corriente” dejándose destruir.
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Fragmentos, escenas cortadas, versos breves que se mueven telegráficamente sobre una superficie de expresión. La condición formal de destrozo no es casual: la brevedad nos mantiene a la espera del punch line, evita que lo adivinemos de inmediato; además, crea una atmósfera de haiku que se nos cae cuando habla de un pato que no eras tú ni soy yo. He ahí la incertidumbre, poemas que nos mantienen adivinando mal el desenlace.
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Los tres ejes aparentes entonces se organizan en torno a una belleza que aparece en las cosas no bellas, el vaso de la licuadora, el cucurucho de helado, etc. Eso cotidiano, en que nadie mata a otro por no poder amarlo, eso es el amor.
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Aja! Pero, ¿entonces si hay un aspecto vital? Me lo pregunto. No creo que haya nada aleccionador en decir que uno vive de determinada forma la vida, la experimenta así y tal. El poema sólo es un dispositivo que está apoderándose de estas imágenes: hemos escogido el escenario de nuestra humillación, intentando imitar torpemente a peces y patos mientras tratamos de no ahogarnos entre las olas.
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El nombre del problema es imitación. Aquí no hay imitación, mimesis en el viejo sentido. Hay disposición de recursos. Decir: amar te hace libre y sucio. Seguirle la corriente al fin del mundo, animalisticamente dormir como el caballo (a cualquier hora, en cualquier sitio) o carecer de control de impulsos como un perro. ¿Ser un idiota a ojos del resto?
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El día a día aparece transformado. Un hombre, es una silla. Pero la silla se quedó y el hombre se fue, ¿hace eso mejor al hombre o a la silla? La incorporación de la licuadora la hace ya una no-licuadora, eso es una cosa. Otra, en segundo plano, es la temporalidad de ambos objetos: ¿el arte (el poema) entonces está pensado aquí como un registro perenne de determinadas coordenadas de la memoria?
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¿Que queda realmente? ¿Es siquiera la pregunta correcta? Quizá la silla es un mejor hombre y también quizá sin amor el mundo estaría libre de derrota; pero el objetivo del poema es cavar un túnel sin salida, no ser mejores personas...
Por Braulo Paz
Poeta
Ismael Velázquez Juárez (Ciudad de México, 1960). Ha publicado varios libros de poesía textual y visual, tanto en México, como en España y Argentina. Actualmente vive en la ciudad de Querétaro. Tiene una hija.
Braulio Paz (Arequipa, 1998). Estudia Lingüística y Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú, sus poemas y traducciones han aparecido en diversos medios y revistas digitales como Transtierros y Poesía Sub25. Ha colaborado con la traducción del libro To Vespers de la poeta norteamericana Suzanne Foster junto a los mexicanos Luis Alberto Arellano y Jorge Posada (próximo a aparecer con Ay del seis en España). Ha publicado Showman (El pasto verde records, 2017).