Dípticos: cinco poemas inéditos de Néstor Mendoza
SIMULACRO
I
PASIFAE
Dédalo, apresúrate. En ti confío. En ti reside mi seducción. Necesito cuero y ubres: hocico y orificio conveniente para su embestida. Madera y carne. No puede fallar el simulacro. Me urge, Dédalo; siento que mis piernas se endurecen y en mis pies resuena ese sonido áspero de cascos. Anatomía salvaje para él, olor de su familia para él. Mis dedos se acomodan a estos pares de pezuñas. Entro en la vestidura. Calzo. Nadie diría que no soy animal. Lo he engañado. Allí viene. Siento el trote en mi quietud inclinada. Me huele, Dédalo. El toro me huele. Sus cuadro patas, bajan; su testa erguida, sube. La unión sucede.
II
DÉDALO
Las piezas están dispuestas. He tallado cada hueso. Aquí la tienes: la superficie de vaca, casi de vaca. Se ve como vaca. Sacrifiqué a un animal para retirar su piel. Fino tallado, clavos. Un golpe de martillo te acerca al órgano del toro. Entrarás en esta ropa hecha para la confusión y el acople. Yo comprendo el secreto de la bestia. Tan perfecta es mi creación que casi trota y pasta en el paisaje. Tanto se asemeja a la vaca que un pastor la confundiría en su rebaño. Una vaca sin tripas ni estómagos. Tú serás las entrañas; tu desnudez blanca, disimulada en esa ropa, lo recibirá.
CONTEMPLACIÓN
I
NARCISO
Desconozco mi perfección, la ignoro: solo algunas noches, en siestas entrecortadas, acaricio repetidamente la piel de mis manos y mi cara, en un vano intento de comprender la fascinación de los otros. Ellos me ven y desean tocarme como si tocaran la sábana nupcial de los dioses. Este es mi cuerpo, pretendido cuerpo que vaga entre estos campos y no logra impedir que muchos ojos se posen y traten de adueñarse de él. ¿Por qué tantos me observan? ¿Saben que no soy hombre sino un retrato de carne? Ha llegado la contemplación y el engaño de la fuente. Lo que busco no existe. Amo una ansiedad sin cuerpo, una nariz líquida, empozada, cabellos que se pierden con cada manotazo que doy. Lo que deseo está en mí.
II
ECO
Cuerpo todavía soy, no voz. Lo que mi boca pronuncia se instala en los oídos de quienes me escuchan. Una acción mía me quitará este privilegio —el castigo es rutina entre los dioses—; de pronto, mi lengua pierde la fluidez del arroyo; llega la antorcha que interrumpe el discurso, se va mi canto diario de palabras. Ahora poseo la intermitencia de los finales pronunciados. Lo veo en el bosque, a Él, a la bella criatura que no puede verse a sí misma, que no conoce la elegancia de sus perfiles. Cumplo mi tarea fija de observación: desde este lado tapado del árbol sigo sus pasos. El amor se va abultando con el ojo; se infla, hinchado se eleva. Mis sonidos quieren entrar como carne y como besos. Mis ruidos aspiran a ser matriz tibia, dispuesta, para Narciso. Se avecina el rechazo, lo sé, el ocultamiento y mi inevitable transformación. El aire no me consuela y su fuerza me desliza por vías y montañas. Estoy en todos lados. Mi cuerpo adelgaza —se ha perdido ya— y gobierna el sonido. En el aire, los jugos del cuerpo, todos se pierden.
LABERINTO
I
MINOTAURO
Soy mitad hombre, mitad rebaño. Por ahí debe existir mi doble con pies de ganado y rostro de varón. Mi contrario y mi complemento. Soy hermoso de la garganta para abajo. La fealdad está en mi cabeza y en la violencia de mis cuernos. O solo es el encierro y su repetida soledad. Voy y me desplazo y creo en dioses o en la sangre de los sacrificados. Es lo mismo. Pienso en mí, en el hambre que no se termina o declina. Mato en cada embestida, pero en dos patas. Camino como hombre pero soy bestia y pienso como bestia. Ese es mi castigo.
II
TESEO
Estiro el abismo hasta la ruptura de ambos extremos. No se debe romper, solo desplegar. No le exijo profundidad pero sí extensión. Es una cuerda larguísima, que sube y que baja de mi mano a tu mano. Allí empieza la transformación: ahora es un mecate que frota la polea para extraer agua del pozo. Ya lo había visto antes: ladrillos enmohecidos que rodean el agua. Como no se ve la cara interna de los ladrillos nadie se entristece por ellos; no hay inmolación o sacrificio. La extensión, como las ideas, se ve al salir a flote. También es una cuerda de la infancia junto a los hermanos que no saben saltar. La cuerda de los juegos, el giro de dos manos. Los dos tenemos una punta tensa. Me enseñaron a temerle al abismo, a lo hondo, pero no a la extensión. He crecido y existe el miedo a los acantilados pero no al desierto. No puedo olvidar las cuerdas vocales que me permiten hablar despacio o rápido, según la ocasión; alto o bajo, según el lugar. Así voy atando objetos inútiles a este gran hilo para salir del laberinto y burlar al minotauro.
DECAPITACIÓN
I
MEDUSA
Fuera de mí se logra ver la poca humanidad que me han permitido atesorar, cuero humano y musculatura de apariencia femenina; por dentro, apretujadas, las cuerdas de una lira sin música que brotan y suben desde los talones hasta escapar del cerebro. Ellas piensan por mí, en ellas se reproduce mi agonía. Conozco bien mis intestinos; sé muy bien que ya no tengo huesos, pero los tuve: la apetecible sobrina, castigada y convertida en cientos de animales que pelean entre sí. Esto lo sabe el visitante de la espada, el de los pies alados, ahora que humilla mi cuerpo y eleva victorioso mi cabeza. Del cuello salen hilos carnales—mis dos hijos—. El peligro sigue siendo la mirada, a pesar de la decapitación.
II
PERSEO
No puedo fallar: los dioses me entregaron armas que refuerzan mi riesgo. No puedo morir. He venido a buscarla y a deslizar mi espada en su nuca. Con el filo, con el vuelo, con mi desaparición. La miraré en el reflejo de mi escudo. Si la encuentro despierta morirá. Si la encuentro dormida no me fiaré de sus ojos cerrados en aparente sueño. Solo voy a confiar en el murmullo de mi arma y en el desmembramiento. Qué rápido rueda su cabeza, qué cómodo se ha hecho verla girar. Aquí está, en mis manos están estas cabecitas y sus lenguas bífidas. Su mirada que petrifica servirá para vencer a mi enemigo, como blasón y defensa. No es tanto el horror como la gracia lo que petrifica el espíritu del que la contempla.
INCESTO
I
EDIPO
Su joya penetró en cada orificio. Rápido quise inutilizar la visión. Que el horror desaparezca de mí, que el vaciado de mis ojos sea la separación del miedo y la aparición del arrepentimiento. Que el cuerpo deseado no sea el de mi madre. Pero lo fue. Ese cuerpo fue rodeado con toda la potencia de mis miembros. El sudor del hijo se combinó con el sudor de la madre. ¿Acaso ya no había soñado esto antes? Ella y yo, enroscados en un mismo pliegue. Esta escena estaba dicha o escrita. La miseria premeditada. Mucho me temo haber proferido sobre mí mismo y sin saberlo horribles maldiciones. He fecundado el seno del cual nací.
II
YOCASTA
Hacía mí ha llegado el tacto íntimo de dos hombres, el padre y el hijo, mi esposo y mi descendencia, el asesinado y el asesino. ¿Por qué esta sucesión de maldiciones? ¿Por qué mi cuerpo no sintió alguna señal en medio del espasmo y el vino? No percibí los pensamientos maternales o advertencias del instinto. No hubo crianza. Le di, en cambio, noche de bodas, banquetes y compañía de esposa. Edipo, mi hijo y pareja, el que recibe condenas, camina sin poder ver nada. La voluntad de no mirar lo ilumina. Su ceguera lleva mi carne.
Néstor Mendoza (Venezuela, 1985). Poeta, ensayista y editor. Licenciado en Educación, en la especialidad de Lengua y Literatura (Universidad de Carabobo). Ha publicado, hasta ahora, cuatro poemarios: Ombligo para esta noche (Secretaría de Cultura del Estado Carabobo, Valencia, 2007); Andamios (Editorial Equinoccio, Universidad Simón Bolívar, Caracas, 2012), merecedor del IV Premio Nacional Universitario de Literatura 2011; Pasajero (Dcir Ediciones, Caracas, 2015) y Ojiva (El Taller Blanco Ediciones, Bogotá, 2019), libro que cuenta con una edición alemana: Sprengkopf (Hochroth Heidelberg, 2019), con traducción de Michael Ebmeyer. Finalista del I Concurso Nacional de Poesía Joven «Rafael Cadenas» 2016. Su trabajo poético figura en algunas selecciones dentro y fuera de su país natal, entre ellas, Destinos portátiles. Muestra de poesía venezolana reciente (Vallejo & Co., Lima, 2015); Tiempos grotescos (revista Ritmo, UNAM, México, 2015); Nuevo país de las letras (Banesco, Caracas, 2016), Lyrikaus Venezuela. Nochbleibtuns das Haus (Hochroth Heidelberg, Alemania, 2018), Antología de poesía iberoamericana actual (ExLibric, Málaga, 2018) y Nubes. Poesía hispanoamericana (Pre-Textos, España, 2019). Forma parte del consejo de redacción de la revista Poesía (Valencia, Venezuela) y del equipo de colaboradores de la revista bilingüe Latin American Literature Today (LALT), editada por la Universidad de Oklahoma. Sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, alemán e italiano. Forma parte del equipo editor de El Taller Blanco Ediciones. Reside en Bogotá, Colombia, desde 2018.