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Lo discontinuo: relato de Tobías Dannazio

La dulce Ágata besa su criatura. Es la primera vez que lo hace, no sólo a ésta: es la primera vez en todas sus vidas que besa una criatura de pecho… Recostada esperando el silencio, mece amorosa el sueño voraz de su creación; y mientras el pequeño ser prende su ansiedad al seno robusto, mientras adhiere la vida de su vida para que succione con más ardor, Ágata presiente que el préstamo de los dioses está a punto de abandonarla sin más. Los cabellos de esta nueva vida son rubios, y los de Ágata siempre fueron negros y brillantes, ¿será la primera señal de que algo ha cambiado radicalmente con relación a las encarnaciones anteriores?... El primer cambio importante tendría que ser que evitemos llamarlas “encarnaciones”. No es un alma que vaya de cuerpo en cuerpo a lo largo de las edades; Ágata no reencarna, sólo cambia de tamaño. El alma de Ágata es su cuerpo mismo. Toda su humanidad es una pieza sólida de ella misma re-condensada en su propio vientre para volver a nacer. Toda esta metáfora numinosa, etérea, esta visión de una materia imposible, la carne metafísica del alma que consideramos evanescente y borrosa; todo lo espiritual encarnado lo imaginamos como una mancha en el paisaje deletéreo de la fuga mental. Pensamos en el alma como un limo transparentado, pues la transparencia es la única forma que tenemos para disfrazar ante los sentidos esto que, de algún modo, implica la esencia misma de lo impensable. Ese falso protoplasma del intra-interior de Ágata fue bendecido siglos atrás con una extraña maldición. Condenada a ser su propia madre, debe parirse a sí misma cada que agota un ciclo vital. Ágata se recuesta en la vieja silla de la abuela —ella misma en su etapa de Gertrudis—, y allí escucha los gorgoteos del pozo negro en que su útero infernal efectuará la recombinación. La conciencia mágica del genio o, elemental que le confiere sus influjos, recombina infinitamente el mismo ADN. La danza es otra y la misma cada vez. Ágata siente el peso del tiempo, bosteza cataratas y gime peces; siempre sola y siempre así comienza a sumergirse en el mar adolorido del renacer. El mismo cólico monstruoso le ha venido ya un centenar de veces, sabe ya perfectamente el momento exacto en que la irregularidad en el manto de lo real y su naturaleza se desgarrarán, dejando tras de sí un estruendo nefasto. Con el paso de los decenios se ha hecho cada vez más cautelosa con todo lo relacionado al patrimonio y la holgura monetaria. Hace mucho que deja sus bienes y memorias rigurosamente dispuestos, de modo que esta nueva hija-madre logre reencontrarse con lo dejado y recuperar con rapidez sus recuerdos centenarios de ser sobrenatural. Obviamente, desea continuar su vieja vida de fénix justo donde el duplicado antecesor la dejó: dejarse el caballo amarrado, la puerta sin cerrojo, la moto parqueada sin seguro, todo bien listo para volver a empezar, incluso los cuidadores minuciosamente elegidos para los años de una nueva infancia. Estas infancias no son, pese a lo veloz de las gestaciones, mucho menos duraderas que las de un ser humano común, así que Ágata debe ser cuidadosa con el tema de las disposiciones materiales y los tutores que se encargarán del papeleo que rodea un renacer. A pesar de los terribles dolores, a pesar de la pérdida espantosa de peso, la sudoración fría y la sensación de desaparecer, a Ágata le agradaban los partos; ama la sensación de estarse renovando. No obstante, hoy mira lo parido con el ardor de una melancolía infinita; la melancolía de la muerte, que es añoranza de todo cuanto nunca será. La dulce Ágata se desvanece, su cuerpo ancestral se transparenta mientras la criaturita se nutre de su calostro tibio. El cuerpo anterior siempre muere cuando amamanta al nuevo, pero esta es la primera vez que su carne adopta la flébil opacidad del cristal. Hoy, por vez primera, nuestra heroína nació varón. Por vez primera sabe que ella no será ella nunca más. Y adorando su último cuerpo con una ternura completa, parte en satisfecho terror hacia el campo potencial de lo inexistente.







Tobías Dannazio (Colombia). Narrador y poeta. Colabora como redactor y editor adjunto de la gaceta L’Deus-EX-Orcista (Zarigüeya Editorial). Ha publicado la novela “La Mariamulata” (Zarigüeya Editorial), el libro de poemas titulado “Nullus Ars Poësis” (Zarigüeya Editorial) y “Thanatología de relatos incómodos” (Fallidos Editores, 2017).

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