top of page

Santa María de Todas las Horas: novela de Alexis Figueroa Aracena (fragmento)

Padre O’Weir… Reconozco, soy un tipo con suerte. Imprudente también. No fue lo más cauto de mi parte hacer lo que hice, pero no podía dejar pasar la oportunidad. Entre el suelo y la puerta se colaba un rayo de luz. Miré. Había un hueco grande, de unos cinco o seis centímetros. En total silencio me agaché y me acosté en el suelo. Acerqué un ojo a la rendija. Pude ver los zapatos de mis perseguidores. Allí mismo, uno de ellos mostraba el tobillo enfundado en su talón de cuero. Conteniendo la respiración saqué mi punzón. Agarre firme el mango y con movimientos rápidos y fuertes, lo clave dos veces por el agujero. Me enderecé y corrí. En mis oídos sonaron los aullidos cruzando la noche. Corrí hacia el fondo del pasaje. Flotaba en una bruma blanca, una nada gris. En la viscosa clara de un huevo universal. Avanzaba caminado sobre un malvavisco inmenso, con olor a coco. Las suelas del zapato se pegaban tercas en la superficie húmeda. Eso, todo, devolvía el eco. Vi formarse un punto en el continuo blanco. Fue abriéndose lentamente, corola color bronce de una gran campánula. Era una trompeta. Aproximé el oído. En el interior sonaba una musiquita. Los guatones obesos de la ex CNI, poseen un aire indiscutible a zapato viejo, cantaban. Entonces, un bramido en el aire azotó la noche del barrio. El rudo sordo de una explosión. Una mina antipersonal detonando en un campo de batalla, como un surtidor. Vi cruzar una pelota de fuego por el cielo opaco, tachonado de brumosas estrellas, dejando un trazo dorado a modo del cometa de la navidad. Subió alcanzando el punto máximo de una parábola dejando una estela dorada tras sí; luego, bajó recto a mis pies. El bulto encendido dio un par de botes contra el asfalto, rodó unos centímetros, se detuvo luego, iluminado un pequeño círculo a su alrededor, mientras ardían las últimas mechas de una cabeza rechoncha y quemada. Distinguí los ojos, dos huevos blancos, cocidos, donde el iris figuraba en el centro como una mosca sucia. Vi la boca abrirse. Asombrado, pensé que de ninguna forma eso podría estar vivo y menos hablar. Sin respeto por las circunstancias la boca se abrió. Una hilera de dientes quebrados –el calor había inflamado la pulpa dentaria, estallando el alveolo y cuarteando el esmalte, dejando los dientes como chocos astillados- asomaban desde las irritadas encías. Por entre los labios -dos colgajos sanguinolentos abiertos de adentro hacia afuera- asomó una lengua, desflecada y maligna, tanteando el aire como una serpiente. En una especie de sopor extático escuché la voz: ¿Qué estay mirando Mancilla, gil culiao? Me sobresaltó. ¿Cómo podía hablar una cabeza en un estado así? Las cabezas separadas del cuerpo no hablan -están muertas- a menos que sean cabezas que figuren en películas de ciencia ficción. De aquellas que encerradas en un frasco de vidrio viven conectadas por baterías de cables a sus maquinarias de soporte vital. Y aun así, son cabezas aseadas, se mantienen flotando en frascos de vidrio transparente, en una solución de alcohol o formol. La cabeza siguió hablando y no dijo cualquier cosa sino me insultó. Nos la jugaste bien gil culiao. Púdrete Mancilla, tombo despreciable. La cabeza, escupió con violencia. Apenas alcancé a esquivar el salivazo: una baba amarillenta me manchó el pantalón. Instintivamente di un paso atrás. Busqué un ladrillo o una piedra, pesada. Envalentonada, la cabeza insistía con su parlamento. Te creí muy listo Mancilla, pero no va más. Te denunciaremos. Tu sabí Mancilla que hoy no se puee andar arreglando diferencias a lo que es machetazos. Sabí de qué va el uso de la violencia actualmente en Chile. Sabí que hasta nosotros tuvimos que reconvertirnos y aprender a insertarno en la comunidá. Tanteé una piedra. Me aburría tanto parloteo. Mancilla, tení un cigarro? pidió la cabeza intentando un avance simpático. Levanté la piedra para reventarla cuando a lo lejos oí otra explosión. Voló otro dijo la cabeza mientras se reía. Conté dos, tres, cuatro asteroides dorados cruzando el cielo oscuro. Un incendio elevaba sus grandes llamaradas al final de la calle. Una horda de pájaros de lava se escapaba al cielo. Por primera vez en la larga noche, se abrían las ventanas. Gentes, somnolientas, lerdas, atontadas, abrían las cortinas, asomaban sus pescuezos. Al modo de plantas, como enredaderas, mecían el cuello en el viento nocturno. Marcaban el número de los bomberos. Se abrían las puertas de calle. Sentí algunos suaves golpes en el suelo. Una lluvia extraña arrojaba ranas gordas al piso. Pafg. Pof. Pak. No eran ranas. Eran bultos ardiendo. Uno, era toda una extremidad. En la muñeca un reloj omega, de oro, continuaba andando. Ví el segundero avanzando a saltos tras la esfera de cristal trizado. La mano, intentó reptar sobre el cemento mientras se quemaba. La mano enarboló el dedo, señalándolo. Habló la cabeza. La Central Nacional de Inteligencia –la boca modulaba las palabras con el engolamiento de locutor de radio FM- nunca olvida cerdo desgraciao. Miré fijamente al bulto parlante. Rechinaba los dientes, lloraba de rabia. Brotaban torrentes de sus ojos hueros. Sentía el agua alcanzando mi rostro. Algo estaba mal. Entonces desperté. El rocío me bañaba el rostro. La luz de la aurora diluía lentamente el negro del cielo. En mi carrera por el pasaje oscuro había chocado contra una baranda que no recordaba. Tenía un chichón grande. Lo toque suavemente. Ardía. Moví la cabeza. Todo me giraba aún. Ay. Podría haber sido el fin de Mancilla, vuestro servidor. Por suerte, me seguían puros pelagatos. Cobardes. Bultos cómodos. Y tenía un nombre: Padre O’ Weir. El rector del Seminario mayor de San Luis de Macul.






Santa María de todas las horas

Ediciones Cinosargo/Mantra

2018

Alexis Figueroa Aracena (Concepción 1956). Su trabajo en poesía se inicia en los 80, con Vírgenes del sol Inn Cabaret, libro con el que se integra al canon de la neovanguardia chilena. Posteriormente, publica El laberinto circular y otros poemas (1996), Floclórica.doc (2003) Finis térrea y Las Gallinas Zombies en 2016. Como agente cultural se vincula a la investigación historiográfica de contenidos culturales del medio, siendo textos como “El imaginario postapocalíptico en el arte penquista” y “Texto, imagen performance, poesía en desplazamiento medial”, parte de su producción. En las artes mediales, ha trabajado con República Portátil (arquitectos) y Terkofilms producciones, especialmente en la iniciativa transmedial Deshabitado así como otras instancias de elaboración medial. Junto a Claudio Romo ha publicado libros ilustrados y novela gráfica, Fragmentos de una biblioteca trasparente, Informe Tunguska y “Lota 1960; la huelga larga del carbón”, tomo que reúne en sus páginas un grupo de ilustradores chilenos de gran calidad. Ha traducido poesía de E. A. Poe y H. P. Lovecraft. En prosa tiene el libro Paprika el japo y otros relatos y publicada recientemente, Santa María de Todas las Horas, novela. El segundo volumen de Fragmentos de una biblioteca transparente, junto a Claudio Romo (ilustrador) aparece a fin de este año. (2018). Ha sido premiado en el Casa de las Américas , Cuba (1986) y en el 2016, con el Premio municipal de arte de Concepción.


bottom of page