Microcosmo: Cuatro relatos de Fabricio Callapa Ramírez
MICROCOSMOS DEL YO
He vuelto a caer en el miedo a mí mismo. No comprendo la razón para que corriera al autobús. Es medianoche.
Yo. Yo presente.
Cabeceo en la ventana. Él cabecea. La voz adormecida de silueta retuerce el eco que impera en mí, es mi voz. Soy yo saludando. Saluda. Me saluda.
¿Quién eres?
Una proyección tuya. Falta por cancelar, es uno veinte. Yo, con pinta de chofer y al volante. Vino corriendo hacia el bus y se ha olvidado traer lo que pides, entiéndelo. Yo, buena gente. No aceptaría una excusa como tal, es inconcebible. No, pero sí. He callado al entrometido. El muy imbécil quiere que no hable. Yo, tipo rudote y malo.
¿Quién soy?
Simplemente yo. ¡Cállense por Dios! Yo, en forma de tipo estudioso y corcho. Su bulla no me permite la concentración que necesito. ¿Por qué? ¿Qué haces con esos libros tan aburridos? Yo, versión jugadorcito de Play. Ven, vamos a jugar con este Playstation portátil, que todo lo que sabes no servirá para vencer ni al primer enemigo.
Yo. Yo original.
Está completamente lleno, todavía no hallo lugar donde sentarme. Caí encima de mí. ¿Quién eres? Posees senos. Es complicado explicar. Yo, con forma femenina. Soy cómo deseas y te deseas, de pelo larguísimo y sedoso y un negro que causaría envidia. Yo, anciano y moralista algo rancio. ¡Silencio, mujer imberbe! No muy tarde te sentirás muerta. No muy tarde el rastro de los años borrará en tu rostro aquella imagen antipática que reservas por verte bien, aunque tu pobre carne se mantenga en pie. ¡Viejo estúpido! Yo, impertinente, tipo rudote y malo, de nuevo. Me tomé la cabeza para triturarla, a regar con su sangre a los pasajeros como si se tratara del agua de Dios, gratamente me llegan miradas de dolor, no quiero gritar, pero aquel temor también me excita. Yo, efebo y copia barata de Mishima. Quiero ver más allá de la musculatura e imaginarlo desnudo. ¡Qué! ¿Quién eres? ¿En quién te escondes? ¿Quién? ¿Me hablas?, no te escucho. Déjalo por donde vaya. Hay caminos para cualquier lugar. Yo, adicrot acob ed. Oivila ortseun res argol lanif le. Osrevni. ¡Lanif, lanif, lanif! ¡Se aroha! ¡Aroha se lanif le!
¿Quiénes son ustedes?
Un reflejo que se contrae hacia sí mismo, allí te encuentras como quien siente y es. Serás lo que los demás son en ti. Tu forma está a merced de lo que hay, ahora vete. Me estoy echando.
Afuera, sólo existían la oscuridad y yo.
EL CEMENTERIO
Verde luz y sombras frente al claroscuro del cementerio. Hay rostros sepultados y rostros en camino, un verde natural merodea. Aspectos visitantes, almas negras, almas diminutas, almas sentenciadas, tanto más en la sombra de la opresión cotidiana. Un himno de llanto y flores, lucidez que llega al velo del dolor, árboles con sus piecitos blancos como calcetines, eso sí, pintados. Martilleo trabajador en sinfonía con las aves y su trinar, bocinas y sollozos en orquesta, un canto urbano antes escuchado, pero jamás percibido. Un alma infantil echada en frente del sepulcro de algún grande, quizá quiera ser como él... alguien grande o tal vez muerto. Se recuesta y aplasta en su cara un haz fuertemente luminoso, el sol de mediodía. No le importa el murmullo, sólo se interesa por deshojar su áspera infancia tal como hace con las plantas, da pasos hacia las rejas, se apoya en un cedro y en la banqueta, desconfiadamente divisa a quien se acerca, y sin esmero, se mece y se echa de nuevo.
LA VENDEDORA
Escuchas los pasos de las personas y su proximidad. Las arrugas del rostro casi tapan por completo tu vista. Tus ojos, dos botoncillos apretados por el tiempo y la intemperie. Seguro que, entre tus polleras, y aquella manta mostaza que siempre llevas puesta, se alberga algo que a cualquiera no podrá importar. Todo está en calma, la radio estación que pone canciones, temas en quechua, ya te aburre y hartas tu tedio contemplando la mercancía que trajiste a principios de año. Entre ellas destaca una muñequita de rostro plano e impermeable. Al verla imaginas el rostro de tu nieta que el destino alejó. No deseas ya más que en tus frecuentes sueños esperes caminar joven hacia unas puertas, vacías, sin alguien. Ni dios, ni el sol, ni la tierra que vio crecer a quienes te robaron todo, ni nadie, porque alrededor abundan microbios como gente detestable por las calles y las canas, tus canas, como el sueño revitalizador de alguna especie de fin...
POSIBILIDADES
Puede que no te tapes la boca cuando te aburras y des un bostezo tan grande, pero tan grande, que aspirarías al universo entero y satisfecho te pondrías aquel traje de omnipotencia terrestre y dirías que eres Dios. ¿Por qué? ¿Simplemente porque absorbiste a la humanidad y todo en cuanto lo rodea? ¿A quién podrías contárselo? Ni a tu ausencia. Estás sólo. Podrías correr a través de la ciudad, pero sus calles son falsas cuando ya no hay nadie allí. Niégalo. Tu altanería tiene un final cuando ya no sabes a quién demostrarás tus hazañas. ¿Verdad? ¿Ya sientes pánico? ¿Cuánto falta para que lo sientas?, ¿Quieres que te presente a quien ha de acompañarte como eco innecesario? No. De seguro te contenta caminar entre la larga lozanía de la nada, verdad... ¿Dios? Humano bostezón tragatodo. Ahora miras el amplio vacío con un rostro de duda. ¿Quieres recibir la vida en su integridad? ¿La vida eterna? ¿Por qué no? Si es el anhelo de cualquier ser humano que has tragado, tragaste sus años de vida y ellos se prolongarán en tu cuerpo. Romperás marcas mundiales sin mundo.
Asustado, el hombre escupió a la humanidad entera.
***
Puede que al pasar los años ya te olvides de quienes alguna vez te quisieron. Descuida, ellos jamás te olvidarán. A menos que tú los barras y comiences a fingir, que digas que te has convertido en un gato sin darte cuenta de tu minúsculo tamaño, que digas que hayas salido de un capullo y hayas vuelto al vientre y hayas renacido y, sin embargo, cuando la adversidad se empañe ante tu rostro, rotundamente optarás por la necedad. Que no soy un ratón, soy un temible gato. De hecho, soy un tigre capaz de espantar gatos y merendarse incluso a seres humanos y... ¡puf! Lástima que te aplastaran y se hayan reído en tu rostro, esos amigos que te recordarán como al imbécil roedor que nunca supo dónde ubicarse.
***
Puede que sea lo último que me impresione, ya tantas señales me dieron que vago por las inmediaciones de la ciudad esperando alguna luz que no provenga del sol ni de ninguna fuente humana. Busco la luz... en realidad buscamos la luz, somos gente que camina con los rostros tapados. Nuestras túnicas alarman a la gente, creen que somos de una secta, pero no, somos leprosos en busca de Cristo. Hace mucho tiempo un señor que se apiadó de nosotros nos informó que él curó a una leprosa con solo tocarle el vestido. Qué precio más barato para la medicina. Aquí en este pueblo mediocre, ningún galeno ha sabido corregir nuestras deformidades y de hecho nos apartan. Las mujeres gordas y engreídas nos enseñan sus rosarios como si fuésemos seres endemoniados. Los niños se acercan y nos dan un poco de pan o la leche que disfrutaban. Los policías a toletazos nos dispersan. Hubo uno que mató a nuestro compañero de un tiro a la cabeza. Los señores de etiqueta se ríen de nuestra desgracia cuando preguntamos: ¿sabe dónde está Cristo? Existió uno que nos dijo que estaría en la iglesia esperándonos. En busca de nuestra salvación encontramos el cuerpo crucificado y disecado en medio del altar... cuando nos quitamos las túnicas, nuestras máscaras de lepra parecieron derretirse, y con la mirada más lúcida, observamos llenos de desprecio el paraíso destruido que nos encomendaron limpiar.
***
Puede que se amarguen mis regresos, a las doce, a la una y quién sabe hasta qué hora... creo haber salido de una prisión lóbrega e interminable. Solo contemplo miradas de lo sin vida riéndose, en esta infinita calle gris y amarilla. Oigo los pasos, son mis latidos, la presión de los dedos. Oigo murmullos, el viento de medianoche que se retoza con los árboles, choca contra mis entrañas. Veo a lo lejos a los asesinos encapuchados, las bolsas de basura. Palpo el miedo como oscura profundidad. Temo lo casi inexistente... no me acompaña nadie, solamente mi sombra que se acobarda cuando la oscuridad encubre mi cuerpo, ¡oh noche!, música del temor, ¡por fin podré hundirme en tu deseo!
Fabricio Callapa Ramírez (1987, Sucre - Bolivia) licenciado en Comunicación y Lenguaje. Publicó los libros de cuentos “Ahora que el espejo ya no recuerda mi forma” y “El fin de los días que conocimos”. De manera conjunta publicó el poemario “Next-Gen”. Participó en el Festival Internacional “Días de Poesía”, en la antología de cuentos bolivianos de terror “Gritos Demenciales”, el concurso “Sucre en Micro” y el libro “Sed y Sangre: Antología de Relatos de la Guerra del Chaco”. Actualmente es miembro de la revista artesanal de narrativa Lluvia Inversa.