Un pájaro aplanado en el pavimento: cuatro poemas de santiago Rodas
LOS TIEMPOS DEL REGGAETÓN
En un principio
odiabas a los que
escuchaban vallenato romántico
porque eras un alternativo.
Entre tus casetes no había otra cosa
que no fuera Fértil Miseria,
Mutantex, I.R.A,
música alternativa
Portabas con orgullo
una camisa
que decía:
No más reggaetón.
Aun así
entrabas en los bailes del barrio
que mutaron,
no sabes cómo,
de la cumbia
y el porro
al merengue pop y después,
como si una bomba hubiera caído en la ciudad,
todos cantaban y bailaban
Dembow, dembow, dembow, me vuelve loco bailando el dembow.
Te quedabas en una esquina, mirabas,
tomabas ron con gaseosa en un vaso de plástico,
perplejo,
sin poder hacer nada
sin que nadie te invitara a
perrear,
porque eras un alternativo.
Hiciste una apuesta con alguien:
el reggaetón muere en dos años, máximo,
como la champeta.
Por su puesto, perdiste.
Pasaron los años
con los ritmos caribeños respirándote
en la nuca.
Cruzaste el bachillerato
a brazadas
huyendo de las invitaciones a
conciertos de Tego Calderon
De Ivy Queen, Daddy Yankee.
La ciudad en la que vives
se declaró La capital mundial del reggaetón
y empezaste a escuchar
de la nada, en conversaciones ajenas,
nombres como
J. Balvin o Maluma,
(que en un principio creíste que era una cantante).
Tus amigos rockeros
consiguieron novias, trabajos, una vida
y bailaron en discotecas
hasta la madrugada
con el tun tun del reggaetón
moviendo los hielos de sus tragos.
Y nunca más
los volviste a ver
con camisas de Los Suxioz
de La Pestilencia, o de Nadie,
muchos menos en el Parque del Poblado
ni el La Villa ni en El Periodista
ni el bulevar de Castilla ni el Parque Obrero.
Nicky Jam vive en el mismo barrio
en el que trabajas ahora.
En el camino de Machu Picchu
un argentino cantaba
la misma canción que escuchaste en un bus en Lima,
en el hostal en el que te hospedaste,
en el museo de Guayasamín,
en un bar de metal en Quito,
en Huacachina:
La última de Don Omar.
Hace poco
te dijeron: estamos en los tiempos del reggaetón.
Mantuviste la cabeza
gacha, pensativo.
Por un momento recordaste
ese habitante de la calle
sin camisa, flaco y mugroso
que al pasar a tu lado
tarareaba, abstraído,
para él
una canción que decía
yo te miro y te imagino con ropa haciendo el amor, en la disco bien arisco.
con una convicción afilada,
parecía que para él no había nada más en el mundo.
Y respondiste:
Sí, estamos en los tiempos del reggaetón.
Mientras te cruzabas de brazos
y mirabas las montañas, la luz,
las Torres del Padre Amaya,
la tarde, que se vuelve noche.
CONVERSACIONES EN MEDELLÍN
El taxista me dice
que trabaja bajo mucha presión.
Uno nunca sabe qué le pueda suceder al pasajero
que uno lleva, dice
lo pueden matar ahí,
le pueden pegar un tiro ahí.
Yo no le respondo.
Se lo digo es porque hace poquito
sacaron un cuerpo del río con 22 balazos, dice,
y yo sé
y los policías también saben
que si sacan un cuerpo del río
es porque estaba robando motos,
a los que roban motos los tiran al río.
Pero es que eso es sevicia, dice
22 tiros es mucho,
con uno es suficiente, con uno bien dado
en la cabeza, ya.
Además, mire, por ejemplo,
usted está peleando con alguien
y esa persona le deja un ojo morado
usted va y de la rabia y le pega un solo tiro,
lo mata,
la clave es entregarse después
sin que el ojo le sane
para que le metan seis, siete años, no más.
Si le pega tres lo meten diez años
a la cárcel,
y así sucesivamente, ¿entiende?, ¿Sí entiende?
Por eso, si usted me pide un consejo
yo le digo que solo le meta un tiro,
y no se eche pomada,
ni se ponga hielo en la herida.
PAISAJES HUMANOS
El sonido seco de la puerta de un carro que se cierra.
La respuesta automática de un correo electrónico.
La luz roja de un semáforo que rebota en la cara de un conductor.
El vaho que deja la gente en los vidrios del metro.
Una sombrilla desvencijada colgada hace mucho en los cables de la luz.
Las líneas blancas de los aviones al pasar.
La voz capturada y repetida de una grabación que vende helados en dos mil pesos.
Una cancha de básquet vacía a las tres de la mañana.
Alguien que llora, con ganas, sentado en un muro a medio día.
Un paquete de doritos atrapado en el remolino de una quebrada.
Un teclado blanco de un computador en la acera.
Una fotografía de tres por cuarto tirada en la calle con alguien que mira a la cámara.
El sonido de una moto de alto cilindraje a lo lejos.
Una mancha roja que parece sangre, pero que puede ser cualquier cosa.
El grito en medio de la noche que pide auxilio.
Un grafiti en la pared del cementerio que dice: te vencí maldito basuco.
Las luces de navidad titilan en el edificio de enfrente, es agosto.
Bolsas negras de basura rodeadas por agentes del CTI.
Varios brasieres colgados en un árbol.
El sonido tembloroso de una nevera en la noche.
Un pájaro aplanado en el pavimento por el paso de los carros.
Un colchón de una cama doble que baja a tumbos por el río.
Una bolsa del Carrefour flota por la calle, la señalas, dices: ahí, una american beauty.
Un helecho crece en medio de la pared de un restaurante Chino.
El silencio que queda después del paso de un avión.
La oscuridad de la casa cuando explota un transformador
y se va la luz.
MEDAYORK
Quizá la comparación sea amañada
pero hay una relación, indiscutible,
entre las ciudades de Medellín y Nuevayork.
La más obvia es que nosotros
somos distribuidores de coca de primera calidad
y ustedes son los número uno
en cuanto de consumo se refiere.
Pero hay más
Ustedes tienen a The Velvet Underground
nosotros a Los Árboles.
Ustedes tienen a Martin Scorsese
nosotros a Víctor Gaviria.
Ustedes puente de Brooklyn
nosotros el de Guayaquil.
Ustedes a Wu Tang Clan y Beastie Boys
nosotros tenemos a Laberinto ELC y a Bajo tierra.
Ustedes tenían al CBGB
nosotros tenemos El Guanábano
Ustedes a Los Ramones
nosotros a Mutantex.
En los dosmil todos soñábamos
que algún día
estaríamos en las calles de Nuevayork
con abrigos gigantes
trabajando en las mañanas en un McDonals,
en las tardes en un restaurante
de comida típica paisa
y en la noche iríamos a fiestas de fraternidades
en casas de madera blanca
de los suburbios.
Yo ahora pienso que podríamos hacer intercambios
por ejemplo que nos presten el mar
con la estatua de la libertad
para nosotros rodar algunas películas de acción
o del fin del mundo,
nosotros les cedemos las montañas
y les incluimos el edificio Coltejer,
El Picacho por el que pasan nubes
y uno de los edificios que fue de Pablo Escobar,
para que hagan lo que ustedes quieran.
Incluso pienso que barrios enteros se puedan
trasladar por temporadas
Y que uno pueda caminar entre Laureles y Manhattan
sin problema.
Sé que es mucho pedir
pero si lo piensan bien
ambas ciudades
ganarían a su modo.
No olviden,
por ningún motivo,
de la pureza
de nuestra
cocaína.
Santiago Rodas (Medellín, 1990) Ha publicado los libros Gestual (2014), Trampas Tropicales (2015), Plantas de Sombra (2016). Sus poemas han sido publicados en periódicos como Universo Centro y Revistas como El Malpensante. Los poemas de estaselección estaban inéditos hasta ahora.
