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Guayaquil: tres poemas inéditos de María Auxiliadora Balladares

GENEALOGÍA CON NÚMEROS

Mi abuela se llama Vicenta Beatriz. Mi abuelo José Joaquín Miguel. Mi madre es la segunda de los cinco hijos que tuvieron juntos. Nació en Guayaquil el 14 de julio de 1947 bajo el signo de Cáncer. Mi padre conoció a mi madre cuando ella tenía 13 años en 1960, dos años después de la muerte de mi abuelo. Mi madre fue huérfana de padre desde temprana edad. Y de madre, a los 48. Entre la muerte de José Joaquín Miguel y la de Vicenta Beatriz pasarían 37 años. Si mi abuelo viviera hoy tendría 127. Yo tengo 36. También nací en Guayaquil el 7 de mayo de 1980 bajo el signo de Tauro. Mi madre se llama Eloísa Laura Beatriz y mi padre Felipe de Jesús. Soy la cuarta de cinco hermanos. Todos nacidos en la misma ciudad. Mis padres se casaron cuando ella tenía 18 y él 30. Mi madre enviudó a los 67 años. Felipe de Jesús murió en Guayaquil a los 79. Yo quedé huérfana de padre a mis 34. Lo enterramos el 12 de noviembre de 2014. Un día después de su muerte, dos días después de que Alicia del Rosario cumpliera 50 años y tres días después de que ella sufriera un accidente de caballo. Alicia del Rosario nació en Guayaquil el 10 de noviembre de 1964 bajo el signo de Escorpión y 16 años antes que yo. Ha vivido fuera desde los 17. Nos conocimos en septiembre de 2006, a sus 41. Estamos juntas desde hace casi 10 años. En 2015 nos instalamos en Guayaquil donde vivimos alrededor de un año. No tenemos hijos juntas y de tenerlos habría que pensar con seriedad en qué ciudad nacerían. De nacer en la misma ciudad que nosotras, serían niños porteños y, sin embargo, Guayaquil nunca dejaría de parecerles extraña. Solo uno de los nietos de mis padres nació allá. Hoy él tiene 13 años y se llama Alex David. Es Géminis. Tiene la misma edad que Cristina Alejandra que, aunque nació en otra ciudad, vive en Guayaquil desde hace 10 años. Ella es Tauro, como yo, que estaba cerca de los 23 el día que la parió mi hermana. Cristina Alejandra es la nieta que más se parece a Eloísa Laura Beatriz. Mi madre físicamente se parece a mi abuela. No sé su carácter. No puedo decir que se parezca a mi abuelo porque no lo conocí. Él murió 22 años antes de que yo naciera. Cristina Alejandra nació en la misma ciudad que su bisabuelo. Mi abuelo murió en la misma ciudad que mi padre 56 años antes que él. Mi madre y yo somos huérfanas de padre. Mi madre es huérfana de madre. Yo me parezco físicamente a Eloísa Laura Beatriz que hoy tiene 69 años. Sin embargo, el día que enterramos a mi padre me miré en un espejo y me vi tan parecida a él. Vi en mi cara su cara. Desde entonces han pasado dos años un mes y cinco días. Hoy tengo 36. No tengo hijos y en mi árbol aparecen vivas mi madre, mi mujer y mi hermana.

CICATRIZ

La cicatriz que surca tu cabeza

Parece susurrarme al oído nuevas formas del sueño

Durante días mis dedos la buscan

Y entiendo que no hay tacto posible

Cuando se trata de prever los sentidos

Que adquirirán los paisajes

En el sueño

Te caes de un caballo

Y de tu cuerpo brota sangre

Una roca que estría la carretera

Se incrusta en tu cabeza

Y te desmayas

Yo corro a lo lejos procurando alcanzarte

Te veo echada en el camino de piedras

Y grito tu nombre dos veces

Con una desesperación nueva

Desconocida para los árboles que nos rodean

Corro hacia ti mientras grito tu nombre

Y el miedo se instala en mis piernas

Despacio giras la cabeza

Abres los ojos estimulando la palidez de tu frente y tus mejillas

Una palidez nueva en tu rostro

De sangre que abandona y que la tierra absorbe

“Está viva” me digo

y pienso que te cuidaré para siempre

que no dejaré nunca más que en tus huesos adquiera forma la muerte

Ya en casa cada día por la mañana

Desnudo tu cuerpo blanquísimo

Y te llevo de la mano hasta la tina

Te enjabono la espalda y desenredo el pelo

Alrededor de los puntos que ha cosido un médico vestido de azul

Beso tus senos para que sientas mi aliento

Entonces

Ahumado tu pecho

Despierto

ABEJA

Dejar de escribir. Pensar en un recuerdo que comienza en urdesa y termina en vía a la costa. Sentarse en el borde de una calzada para mirar al cielo. No sé si llevaba gafas, quizás solo el traje negro. Qué desperdicio el aglutinamiento. Miro hacia atrás y en el parque forestal aparecen los recorridos en círculo. La ambición de los pies, de los pies. Barrio del seguro. Avancé hasta allá para nada. Sin metas no hay quien aguante la muerte, el destrozo, la abulia. En la isla santay caminé y caminé, ambición de los pies. Antes había ido a la isla solo mientras mi padre moría. A tomar helado e inflar la llanta de una bicicleta. Pasé por la perimetral entre camiones enormes y me sentí un poco como una zapatilla, pero rebasé a los que pude hasta tomar la 25 de julio. Miré el manglar. La botella de plástico me miraba con furia. El manglar miraba dulce la botella de plástico. Fui a un velorio en el guasmo y abracé a un conocido, sobrino de la finada. Conversé por un momento. Nos sentamos y miramos la playita y las lanchas que también nos miraban, pero discretas. Leí un poema solo para recordar que mi abuela murió en terapia intensiva de un hospital. Su procesión avanzó desde la sala de velación de la junta de beneficencia hasta el pabellón donde se encuentra su nicho. Mi mamá no busca los huesos de su padre. No sé si le bastan los de su madre. Ya para qué buscar algo que uno no puede tocar. Ahora, es posible que los cementerios se conecten subterráneamente entre ellos. Es bastante probable que así sea y que mi madre tenga conocimiento de ello. En la tumba de mi padre crece el pasto y el dueño del pasto es un bonito parque de la paz. Miento, de ese pedacito de pasto somos dueños mi mamá y sus hijos. Aquí me detengo para pedirte: por favor, encuéntrame. Las traducciones literales son muy tristes y no tengo forma de salir del escondite.

Los poemas pertenecen al libro inédito titulado Guayaquil,

ganador del Premio Pichincha de Poesía 2017.

María Auxiliadora Balladares (Guayaquil, 1980) es escritora y profesora-investigadora en la Universidad San Francisco de Quito. Su interés académico gira en torno a la obra de poetas latinoamericanos del siglo XX y del XXI. Ha publicado el libro de cuentos Las vergüenzas (Antropófago, 2013), el ensayo Todos creados en un abrir y cerrar de ojos (Centro de Publicaciones de la PUCE, 2015) acerca de la obra de Blanca Varela y el libro Animal (La caída, 2017). De pronta aparición sus libros Guayaquil y URUX Una correspondencia, escrito junto a Sebastián Urli.

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