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Diario de escritura: los poemas que nacen en el viaje: textos de Gastón Carrasco Aguilar

[Fragmentos]



La colisión, un sonido estridente, autos que frenan a toda velocidad (giran como monedas en mi mente) y se retuercen, acordeones. El sonido del neumático (risa de hienas o arpías) y el golpe enmudecen los quejidos y gritos de ayuda.



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Una joven se sienta junto a mí con un pequeño gato (de unos pocos días). Cuando noto que acaricia y lame al animal, me mira y dice: soy su madre.



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El olor a descomposición, los cerdos como cabras perdidos en los cerros y en jardines de vecinos, el camión volcado aun. Un cementerio de cerdos en la autopista, un campo de cerdos bordados, reventados como globos o envases de paté. Un viejecito en carretilla se lleva un par de ejemplares, fresquitos, para la once o la cena.



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Cuando todos estamos hasta el tope, a punto de explotar, sudorosos, apestados por el viaje, y surgen gallinas en la cabeza que completan el carácter provincial de nuestro viaje, un joven descuidado sube con una guitarra (¡para colmo de muchos!) y logra, incómodo, doblado, cantar El derecho de vivir en paz.



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Los poemas son parte del ejercicio, son producto del taller en movimiento, de la experiencia de la realidad, un rostro que se afeita y corta durante la mañana.



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Un camión colmado de cerdos nos pasa. Podría jurar que uno de los cerdos sonreía y se burlaba de nosotros.



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Medio dormido noté que una chica comenzaba a tocar mi pelo, en un suerte de caricia inconsciente, primero de manera lenta y pausada, luego, con más confianza, haciendo una leve presión con la mano en posición arácnida. Ante la posibilidad de interrumpir el acto de cacería de la viuda, seguí haciéndome el dormido (o directamente el muerto).



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Desperté y me atreví a mirar el presente, con la serenidad de un niño o una bestia que recoge del sol el calor, tendido a sus anchas. Sentí entonces deseos de abrazar algo o a alguien, deseos irrefrenables de salir al encuentro fortuito con la muerte, en un accidente, o con la vida, daba un poco lo mismo a esas horas de la mañana.



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Los emisarios de la lluvia se trasladan de un punto a otro sobre nuestras cabezas. Alguno deja caer sus cobardías, sin vergüenza sobre los techos de los vehículos y los parabrisas con sentido expresionista. Es su forma de decirnos que no importamos más que la lluvia, que viene un ejército de nubes a inundarnos, que si bien ellos y nosotros nos desplazamos en grupo, ellos saben hacia dónde y con qué propósito, desde siempre, antes que nosotros.



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Un niño hijo de madre exagerada y precavida lleva una parca azul que lo envuelve: una nube.



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Ventana, no pasillo.





Selección de VIEW-MASTER

Ajiaco Ediciones

2016




Gastón Carrasco Aguilar (Santiago 1988). Ha publicado El instante no es decisivo (Fundación LUMA, Zurich, 2014 y Balmaceda Arte Joven Ediciones, 2014), Viewmaster (Biblioteca de Santiago, 2011 y Editorial Ajiaco 2016), La soledad del francotirador (N.d.G. 2016) y Monstruos marinos (Editorial Overol, 2017). Ha sido Becario de la Fundación Pablo Neruda (2012), finalista del concurso de cuentos de la Revista Paula (2013) y del Premio de Literatura, categoría poesía, de la Municipalidad de Santiago (2015). Ha participado en la edición de las obras de Manuel Rojas, Joaquín Edwards Bello y Gonzalo Millán. Actualmente es editor de la Revista Tatami, Escritura y Deporte, además de la Editorial Virus.

2016

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