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Yonkion: libro de Daniel Olcay Jeneral (selección)

"Olcay vuelve; si alguna vez lo pudimos leer como parte de una pandilla desquiciada surgida en el norte-al borde del bicentenario en un territorio que ni siquiera era Chile en su fundación- esta vez no podemos hacer lo mismo: estiliza la hiperviolencia y sus propios motivos literarios. YONKION es un enfrentamiento entre lo pedestre de la pasturria en una población contaminada y lo tecnológico operado por una nueva plusvalía para nuestros cuerpos. Esta entropía posmoderna es tanto poesía como novela de ciencia ficción, relectura del mito deforme de Carlos Droguett cruzado con series japonesas, la subversión de nuestra controlada fantasía cotidiana con las máquinas que tenemos en las manos, un juego de mirar fijo el entorno para detonarlo en nuestros ojos: la frontera, donde todo es posible".

Cristobal Gaete

_FRACTALES

Primera parte.

«Sólo los idiotas creen en la realidad del mundo, lo real es inmundo y hay que soportarlo» «La realidad es el soporte para el fantasma del neurótico»

J. Lacan


Orgulloso, baja lentamente cada grada del Tribunal de Garantía. No hay cordones en sus zapatillas viejas. Detenido la noche anterior, afuera de la bodega del coloso edificio de BYO Extensiones & Asociados, al ser menor de edad, no tener pruebas concretas ni especies en su poder, tan sólo la nervada sensación de deja vú al ya conocer el circuito judicial, espera su libertad en la audiencia con tranquilidad. No recuerda ni entendió lo señalado por el juez. Ya en la calle, envuelto en la fría camanchaca, junto al olor a plástico mojado, cubre el agujero derecho de la nariz con su índice diestro y bota todo el aire de sus entrañas. Cae una pastilla en su palma y se la lleva a la boca. La farmacéutica sonrisa de la clonazepam se dibuja solapada en su rostro bajo el sol de la mañana.


Día de los inocentes. Veintiocho de Diciembre. Trimestre de inoculación, última semana según el led ensamblado en las muñecas derechas de cada ciudadano; rojo parpadeante para aquellos que aún no se han vacunado. Camina somnoliento, en dirección al centro de la ciudad, mientras siente que un enorme anuncio publicitario en movimiento lo persigue, como si los millones de pixeles se burlaran de su deseo por volverse rico a través de la re-venta de órganos. Rayado con pintura en aerosol, se lee en una pared:


SIGO BUSCANDO AL CULPAVLE!!!



La pandemia dejó enferma a más de la mitad de Latinoamérica. La falla orgánica múltiple se reprodujo como un virus en cada ficha clínica en los hospitales hace más de una década. Si bien el tecnócrata gobierno logró controlar la crisis de salud, reforzando el organismo de los sobrevivientes a través de vacunas periódicas trimestrales, modificando la estructura genética de estos, diversos problemas específicos forzaron la necesidad de realizar trasplantes en la medida que fuera médicamente necesario. BYO Extensiones & Asociados avanzó aún más, divulgando con éxito el deseo de ser deseado, logrando capitalizar el ideal ulterior, ofreciendo trasplantes a la carta, incluso de manera legal.


Una mujer con cola de gato le ofrece un calendario con cierta coquetería felina, en el anverso, la dirección de un «profesional» que realiza cirugías al fenotipo; consulte por ofertas, «100% confidencial», finaliza el texto. En un callejón, reconoce a El Flaco Tiña, ofreciendo como siempre vísceras o extremidades en oferta, humanos y animales, la garantía es que son órganos del día, carne fresca esperando ser reutilizada.


Pese al adormecimiento cerebral, su sangre hierve por matar a El Linterna, el pastero que le dio el dato de un supuesto camión que debió llegar al edificio esa noche. Un camión repleto de presuntos órganos sanos y viscosos, custodiado por guardias trasnochados, frustrados de su salario y de las condiciones de trabajo. El Linterna, eterno pastero en proceso de desintoxicación, vecino del joven, trabajó en la recepción de carga de la corporación, hasta hace dos días atrás que volvió a recaer en el consumo, luego de cinco meses de abstinencia.


Lejos del hogar, camina en dirección a la Plaza de Armas. No tiene dinero para movilizarse. Su cuerpo lánguido y taciturno pisa firme sobre el asfalto agrietado, intentando reconocer una oportunidad para poder conseguir plata. Detiene su mirada en el redondo culo de una cuarentona. Ella, al percatarse del deseo, responde con un gesto de repulsión. Él envía un sarcástico beso, imaginando cómo sería concretar la imagen mental pese a lo artificial de la carne que se desvanece a medida que los tacones golpean el suelo. Se sorprende de la erección bajo su pantalón, hace meses que no tiene una. Ríe. Tras la sombra de la señora, logra reconocer una pareja de ancianos, ambos encorvados; el arrugado viejo con tersos brazos de fisicoculturista y su pareja con una elástica piel de niña de seis años. Piensa en el dinero utilizado, en aquellas pensiones forzadas o el dinero juntado bajo el colchón, e imagina tener todo eso en su poder. Diecisiete años de rabia brotan dentro de su carne y todo se reduce a plata, toda la plata. Nada más. Sigue adormecido. Se golpea la nariz, dejando una estela de dolor agudo, casi como un chirrido en la espina dorsal. Despierta. Se retuerce y se pone de pie. Camina seguro en línea recta, guiado por el azar. Alguien habla por teléfono. Toma ese celular y corre, corre, corre evadiendo las miradas que no saben cómo lidiar con el bicho raro que pretenden ignorar en cada esquina. Sube a un taxi y le da indicaciones generales: «siga pa' delante nomás, tío».


Atraviesa la ciudad cromada, inmutable con cada pulida, las autopistas en el cielo, los transbordadores internacionales en la troposfera, como observando sujetos de control en un laboratorio, emanando químicos nanotecnológicos con tal de reforzar el sistema inmune de cada habitante, para luego seguir con la panorámica del encuentro, con los sitios aledaños a la ciudad, la tierra colorada, los niños embarrados jugando con pistolas, la basura, las ratas, los desechos tóxicos y La Toma, casas y casas armadas con trozos de madera roída, metal oxidado y esperanza. El chofer conduce hasta el último pedazo de asfalto. El niño lo intimida con un destornillador que encuentra bajo el asiento del mismo taxista. El frío metálico se funde con la idea de un final abrupto, así que entrega todo el dinero, resignado, culpando a su mala suerte. El joven baja rápidamente llevándose la plata, no sin antes pagar su pasaje y romper el vidrio del costado izquierdo. El chofer decide comprar un revólver el día de mañana.


Su paranoide caminar, errático, intenta encontrar a El Linterna, cual sabueso ansioso en busca de comida. No lo halla en los alrededores. Llega a una puerta color verde. Mete su mano en un agujero lateral de la muralla de madera reciclada, quita el seguro e ingresa. Cruza el patio y observa las bolsas de basura de anteayer, mientras la imagen de la Virgen de las Peñas clava sus sedientos ojos en vacías latas de cerveza. Sigue su camino al interior de la casa. Quiere un poco de hierba, tiernos cogollos de su plantita. Su mamá está trabajando frente a la webcam, mientras un viejo se pajea desde otra parte del mundo. Ella intenta taparse, avergonzada, las tetas de quinceañera que su hijo le regaló. Él toma los cogollos escondidos en unas zapatillas bajo la cama y marcha a la calle en busca de El Linterna, no sin antes decirle: «anda con la media pera, mamita». Cínico en sus palabras.





Yonkion

Cathartes Ediciones

2017




Daniel Olcay Jeneral (Arica, Chile, 1990). Psicólogo. Publicó Asfalto_ (Cinosargo, 2013; 89plus/LUMA Publications, 2014) y Yonkion (Cathartes Ediciones, 2017). Forma parte de algunas antologías poéticas como Tea Party. Antología Trinacional Perú/Bolivia/Chile (Cinosargo-La Liga de la Justicia, 2012), Predicar en el Desierto: Poetas Jóvenes del Norte Grande de Chile (2013) de la Fundación Neruda y Halo: 19 poetas chilenos nacidos en los 90 (J.C. Sáez Editor, 2014). Recibió la Beca de Creación del Fondo del Libro del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (2018).

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