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Yeguas del Kilimanjaro: libro de Rolando Martínez (selección)

GINGER LYNN

"Los que tenían VHS, sabían

quien era Ginger Lynn"

Ginger Lynn

Mil novecientos ochenta y tres

—el año del cerdo—

ella dijo:

Si puedo hacerlo con Ron Jeremy

puedo hacer cualquier cosa en el planeta.

El año en que el Papa Juan Pablo Segundo

respiró la sed del continente nuevo

Dios mío, ella enseñó sus pies desnudos

en Surrender in Paradise

ella lo hizo con Tom Byron, Jerry Butler

y un lechero Peter North.

Mientras moría Karen Carpenter

o aparecía Nintendo

ella escribía en el vacío

con un par de águilas azules.

Ella se estrujó la vaina frente al globo

cuando Lucas estrenaba el Regreso del Jedi.

Quede claro:

ninguno de nosotros fue ungido

con sus huesos en las calles

empero la niñez y la miseria

vivíamos asiduos a la luz de su vagina:

ay Dios, sus genitales

virutas del color del fin del mundo.

Cuando ella trepó

la humilde montaña rusa de Eric Edwards

John McEnroe se coronó campeón de Wimbledon

y el hambre se empozaba como el chancro

en los villorrios etíopes.

Mientras Slumber Party llegó

a estacionarse en las vitrinas de los videoclubs

Michael Jackson cantaba We Are the World.

Por entonces el mundo daba giros rebeldes

del tamaño de la verga de John Holmes.

Luego vino La mano de dios, Chernobyl

una minuta de los días:

Mil novecientos ochenta y seis

terremoto en la ciudad de San Salvador

Ginger Lynn abandonó el cine porno

mientras el Challenger se atomizaba

y yo ascendía al morro de la ciudad

junto a mis padres

esperando el paso del cometa Halley.

TRACI LORDS

1

Año ochenta y cuatro:

ella irrumpió en el mercado y se convirtió en una estrella. Una valva de calcio que hacía la luz en el set. Una lámpara capaz de asimilar la parte dramática de una película (llorar en medio del orgasmo), cubriendo el espacio de amebas y esporas que un día atravesaron la pantalla (y que llegaron a ti, a mí, a nosotros los que permitimos se posara como un helicóptero celeste sobre la fauna).

Año ochenta y algo:

ella, la Rimbaud de la pornografía. Una tromba capaz de hacer el papel de una tormenta, o de gritar con tremenda convicción, convulsionando en el momento álgido de una escena. Ahí donde todo el fin del mundo devenía de la lucha contra la fugacidad, ella, que a sus catorce o quince años estrechó la sed, labró en el cine sus grafemas:

Yo soy otra, dijo, yo soy otra

pero en mí refulgen los destellos de una época y su lento paso por el fuego.



2

La frecuencia con que las ballenas se entrelazan

es inaudible desde una ciudad

no hay lingüista que asegure los efectos

de aquellas formas entre los humanos

sin embargo alguien la advertía desnuda

y transitando en esa lengua

alguien decía ella es una sílaba cromada

una palabra, una esquirla

el verbo de un cetáceo

varado en el campo semántico

de las prohibiciones.

El océano es un cuadro de ejercicios

donde se simulan límites azules y escafandras

su cuerpo blanco y las mil voces que refulgen

de una manada de ballenas disputándose

la parte fría del atardecer.

Cualquier zumbido bajo el agua

era capaz de retratar su cuerpo

en las oscuras cintas del VHS

incluso una arista devenida de la profundidad

cimbraba la pureza en su fachada

como una pluma que cae

desde el abismo magnético

y que revive a su paso

un gran número de palabras muertas.

Pero lo cierto es que un símbolo de calcio

y turbia inmunidad

trizó su paso por la gloria:

su voz ahora apenas un silencio

que perfora las paredes.

El resabio de las voces submarinas

un penoso charco donde las luciérnagas

se empozan.

3

Duérmete niña, profería Tom Byron sobre sus mejillas ostensiblemente puras, para luego izar el nervio más rosado del mundillo. Tengo una muñeca vestida de azul, cantó John Leslie, y la puso en cuatro sobre una king size. Ron Jeremy le hizo cosquillas en el cuello, mas yo en mi habitación imaginé que le rozaba los pezones, balaba en su matriz de india cobriza: Mira niñita, te voy a llevar a ver la luna. Pero luego tasé en mi fracaso el resabio de sus senos verdes y hubo entonces un silencio de ángeles que ardían bajo el fuego, cosas sin voces como este sigilo o como repetir frente al metálico disfraz de un espejismo:


Traci Lords tenía quince o dieciséis, era una niña con los pechos grandes, y en ella se escondía el clítoris más dulce del planeta.

AMBER LYNN

1

Este fui yo frente al televisor:

un rostro que dibuja en la oscuridad

el follaje de la piel y sus gemidos.

Seguro que otras parecían reflejar

la danza de una pluma ciega

como también quienes trazaban con tizones

la palabra sed.

Pero ella encendió su cuerpo desnudo

como un árbol de pascua

y desde entonces

la luz trasciende al erotismo

como un viejo letrero de neón

como la brasa de un cigarro

en el instante mismo en que se cala

como una conversación a oscuras

de la que solo sobreviven las ideas.

2

A los quince años, Edson Arantes do Nascimento (alias Pelé) se inició en el fútbol profesional, marcando un gol por el Santos. Veintiocho años después, en un humilde set y a la edad de veinte años, Amber Lynn (por entonces Laura Allen) debutaba en el porno haciendo lo que jamás, siquiera en su propia y alocada intimidad, había hecho:

chupar

un

lumi

noso

y

enor

me

pene.

MARILYN CHAMBERS

1

Nada más tierno que esa fotografía

de Marilyn Chambers

posando en la azotea de un edificio

con una flor a la altura de su hombro derecho.

Nótese: la imagen está en blanco & negro

analogía perfecta de quien fuese protagonista

de la primera escena interracial

del cine triple equis.

En diagonal a su rodilla

puede verse un letrero que dice Porno Films

mientras la calle retrata

una larga sucesión de obreros y empleados

públicos que vuelven del trabajo

y que transmiten la erosión de su rutina

como una esférica y romántica versión

de la pobreza.

A simple vista nadie pensaría

que esa tierna rubia

—cubierta solo

de una pulcra toallita blanca—

alguna vez

recibió en su interior

la tranca del bien dotado Johnnie Keyes.

Pero es en esta imagen seráfica o sublime

donde aflora el rigor

con que el espacio

se hace dueño de las cosas:

la luz de toda una galaxia

es capaz de penetrar

la escasa forma de un televisor.

O el ruido de una gran ciudad

que irrumpe como pez

en nuestras córneas.

2

Cosas que no sabemos

de una muchacha

que alguna vez

hizo porno:

debutó

en La gatita y el búho

película convencional

(como el Mago de Oz

como Top Gun

como Cocodrilo Dundee

como Rabid).

Fue la imagen

el rostro

la luz

de la conocida marca de detergentes

Ivory Snow.

Intentó abrirse camino en el mercado musical

grabando un disco titulado

Benihana.

Hizo carrera política

en el partido personal

Choice Party.

Sin saber

procuró eyecciones

entre seres incapaces de ponerse duros.

Inspiró un poema

titulado con su nombre

(cuando en el cielo hubo millones de galaxias

y grafemas).

LINDA LOVELACE

¿Es fácil ser poeta?

Pregunto al lapicero color azul

mordisqueado a la altura de su apéndice.

¿Es fácil ser poeta?

Pregunto y veo a Linda Lovelace

(líneas breves repatriadas

en el Triángulo de las Bermudas

canciones que hablan del fracaso

como si evocaran huesos o vapores

en la lengua).

Lo cierto es que ella tan solo

fue una chiquilla que anduvo descalza

y tuvo sueños

su rostro brilló apenas

como la triste imagen

con que se abre el libro del llamado

Golden Age.

Pese a todo

cuando el director

decía acción

ella abandonaba su disfraz

de simple pupa o de crisálida

ella era Linda:

esa pálida y ofidia felatriz

que recibió tan solo

un par de sucios dólares

por el rodaje.

Tenía veintidós años

—quizá diecinueve—

como cualquier chiquilla

anduvo descalza

tuvo sueños.

En una entrevista dijo que Chuck Traynor

la obligó a inyectarse los pechos

y la silicona le heredó tumores

en sus bellos y menudos bungalows.

Aun así, a ella le urgía otro objetivo:

montarse en el macho

profesar su espesa religión.

Otra vez dijo así:

Los chicos americanos

quieren que se las chupen

y yo vivo en América.

¡Viva el sueño americano!

A sabiendas de ser musa en un oficio

donde se ha de bailar ciega

bajo equinos de cinco metrallas

ella sobrevivió:

1) a la xylocaína

2) al presidente Nixon

3) a una fulminante hepatitis B

4) a la prostitución

5) al feminismo

6) a putazos como Chuk Traynor y Al Goldstein

¿Es fácil ser poeta?

Pregunto al lapicero Bic color azul

y veo a Linda camuflada

en lo minúsculo del cosmos.

Ahí donde no asisten vírgenes

ni reinas de kermesse

y donde un signo de promiscuidad sería

enseñarle los pezones

al podrido ojo del espejo.

Entonces veo a Linda concentrada

en el reflujo de un sombrero alado

o es un juego nada más mi propio espíritu

trazando su erotismo.

Entonces veo a Linda como de costumbre

con sus pecas y esa ondulación de formas

en el fondo de su fina anatomía.

Entonces veo tanta paz y tanta luz

como un zaguán donde descansa

el velo de una niña transparente.

Y digo Linda

es fácil trepar los andamios

es fácil tragar fuego

y aun así increpar a la suerte.

Linda, después de la masacre

qué fácil es

la poesía.

Yeguas del Kilimanjaro

Libros del Pez Espiral

2017

Rolando Martínez (Arica, 1979). Profesor de Educación Básica. Publica los libros Yeguas del Kilimanjaro (La Liga de la Justicia Ediciones, 2015; Maki_Naria Editores, 2015) y Cuaderno de croquis (Libros del Pez Espiral, 2017). Ha obtenido diversos reconocimientos literarios, entre los que destacan el segundo lugar en el Premio Lagar y la Beca de Creación Literaria del Fondo del Libro (2012, 2014 y 2015).

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