Rompiendo baquetas contra el volante: poemas de Mario Verdugo
No fue al probarnos su impermeable,
ni fue al prestarle unos audífonos.
No fue al dejarlo atrás, por la pendiente,
ni fue al frotarle un paño húmedo.
No fue tampoco cuando dijo
lo que traía en la guantera.
Abriendo neblinas en fila india,
difuminados, como si sonaran por todo el bosque
densas líneas de bajo.
Cruzando praderas cabeza gacha,
ralentizados, como si estuviésemos en el alba
de un subgénero inglés.
Nos gustaba que fuera como una
precisa explosión de ventanas,
no de vidrios: de ventanas.
Nos gustaba que se viera como un
sorpresivo derretimiento de montañas,
no de nieves: de montañas.
Nos gustaban nuestras camas del planeta solaris,
donde los muertos nos iban a dejar el desayuno.
Nos gustaba hacerlo como en la nave nostromo,
donde el primero en despertarse era el primero en morir.
Aquel fin de semana,
como un héroe de videojuego
que te sigue mirando
convencido de que lo harás revivir,
o como un ticket de megaevento
que te encandila y se cree a salvo
Nos gustaba hacerlo ennegreciendo
como si fuéramos
dos estrellas desolladas.
Nos gustaba hacerlo en homenaje
a los autores que olvidaron para siempre
cómo dormir.
Quebrando varillas contra el espejo,
palidecidos, como esos torvos autores
que cortaban sus noviazgos de dos años.
Rompiendo baquetas contra el volante,
estremecidos, como esos viejos videastas
que alardeaban con los dos el mismo día
Venía de un largo dolor sin banda sonora.
El amanecer le había ofuscado los oídos.
Ansiaba a otros grupos que tuvieran
dos bajistas o más.
Venía de trocar su videocámara.
El amanecer le había entorpecido el pulso.
Ansiaba a otros técnicos que grabaran
dos horas de un árbol.
Ni contemplando la peor
mesa de centro de su vida,
ni los timbrazos que sintió
al quinto mes de tratamiento.
Ni autoinfiriéndose el peor
corte de pelo de su vida,
ni los carteros que atendió
al aumentar a cien milígramos.
Con un agujero de bala
en la frente, avanzaban los afables rebaños.
Con un parlante arrendado,
para siempre, se alejaba él de su universidad.
Con una máscara de gato,
tras los postes, se iniciaba ella en el video.
Con una soga enredada
por el bosque, resistían los jocundos animales.
Esos muertos sólo hablaban de la muerte.
Ese nuevo sólo hablaba de su volvo.
La expareja se fugaba hacia la esquina
y dejaba que pasaran cuatro taxis.
Ese living ya no daba para fiestas.
De otra muerte se ufanaban las visitas.
Los exnovios, hombro a hombro, se eludían
y dejaban que se fuera otro subaru.
A cualquier técnico en sonido.
Al primer fan que se bajara.
Al listado total de compradores, que era
como verlo todo muy claro antes de regresar.
Al primer gángster que pasara.
A cualquier roadie desvestido.
A la lista final de interesados, que era
como verlo todo de nuevo y a toda velocidad.
de Las parejas hétero del siglo veinte
La Liga de la Justicia, 2017
Mario Verdugo (Talca, 1975) Doctor en literatura y periodista. Ha publicado La novela Terrígena (Pequeño Dios Editores, 2011), Apología de la droga (Ed. Fuga, 2012; Libros del Pez Espiral, 2014), Canciones gringas (Ed. Inubicalistas, 2013) y Miss poesías (Alquimia, 2014) y Las Parejas hétero del siglo veinte (La Liga de la justicia, 2017).