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Los restos de Beethoven (Reloaded): a propósito de La ley de Snell, de Leonardo Sanhueza

Cuando el poeta se pregunta en qué pensó Beethoven al componer su sonata Claro de luna y llega a la siguiente reflexión: “Quizás ni siquiera pensó en algo”, nos está interpelando acerca del fondo de la poesía. ¿Es el poema una serie sonora, “unos destellos” –dirá luego- “escamas de un lago interior”, o la anécdota del fracaso de nombrar? Así nos recibe La ley de Snell (La Liga de la Justicia Ediciones, 2017) de Leonardo Sanhueza (Temuco, 1974).


Una ley utilizada para calcular el ángulo de refracción de la luz, aparece en paralelo a la famosa sonata; el arte es tanto la técnica del cálculo lumínico como la técnica armónica de trasmutar el brillo en sonoridad. Así, a lo largo de los poemas, el autor expande el paralelismo a un nuevo canal, el de la poesía:


En cada pasada salimos un poco maltratados, se nos queda una lonja, a veces un brazo entero, una viruta de piel (la pálida caspa a contraluz) si andamos con la buena estrella. La clave es pasar y olvidarse de la rebanada. El resto es cuestión de costumbre. Tiempo y costumbre.

(“Moraleja”)


La luz como fragmentación de lo real. Lo que somos, el resto de un reflejo. El cuerpo es siempre un recorte y la mirada parece acorralada: no se trata de enfoques intencionados sino de resabios signados por la luz. Como si el mundo no fuera más que un efecto del brillo y la opacidad, el sujeto se desmembra en ese vaivén:


Los brazos cruzados, faraónicos, no quieren perder la última imagen: una pequeña luz que abarca la ventana y la cara enmarcada por el musgo detrás de la noche y la lluvia oblicua.

(“Ducha”)


La luz es omnipresente: está en la luna, tras la ventana, en la fogata; es decir, en toda visión. La luz es entonces lo posible, y lo otro carece de lenguaje quedando afuera del texto. En El pensamiento del afuera (1966) Michel Foucault escribe: “La literatura no es el lenguaje que se identifica consigo mismo hasta el punto de su incandescente manifestación, es el lenguaje alejándose lo más posible de sí mismo”. Creo que si bien este fragmento no supera cierta ambigüedad para poder aplicarlo a “toda la literatura”, sí nos aporta una vuelta de tuerca a este problema de lo visible y lo escribible. El texto de Sanhueza da cuenta del mundo perceptible pero al mismo tiempo su lenguaje nunca es definitorio de ese mundo; se corre, como la lluvia, a una oblicuidad.


La ley refractaria de Snell (conocida también como “segunda ley de contracción” o “ley de Descartes”) nos invita a dudar de lo visto: ¿dónde está lo real? “Al trasluz” dirá en el siguiente fragmento, reconociendo en esa mediación una pérdida acentuada en la escritura como segundo reflejo:


Hasta la leña daba un fuego metálico y se quemaba como la grasa de un buey sobre aquellos rostros tenues, inmóviles, puestos al trasluz.

(“Sello de agua”)


El último poema, un poco más largo que el resto, se titula “Historia de los álbumes fotográficos” y, de alguna manera, condensa las ideas que hemos venido desarrollando:


en formas caprichosas como la ausencia de un florero sobre la mesa o el tenue movimiento de un traje en su colgador: variaciones tonales del silencio, que si deseas puedes llamarlo historia o imaginación, porque la sobra es necesaria, merece que alguien le escriba un reglamento para legitimarse como punto de referencia en el inventario de las hojas arremolinadas

(…)

o como el trou normand de aquellos días que devora uno tras otro los jardines fotográficos junto a los demás sucesos de la casa fantasma hasta que de pronto la pantalla se vaya a negro y estrangule el paisaje entre dos párpados quedando sólo un cielo de grafito tras la lluvia y una estrella solitaria que comience a relucir aunque a la larga también se apagará para que todo vuelva a ser como siempre ha sido en la patria que va y viene y se deshace.


La sucesión y yuxtaposición de hechos que genera la textura de este poema es la consecuencia de una luz que bordea los estratos de la existencia: Quasi una fantasia fue el título original de Claro de luna. Lo casi visto, lo casi inconexo, el trou normand que en lugar de ser devorado se traga lo visible hasta el agujero negro de la pantalla; luego los párpados resucitan al mundo en una “estrella solitaria” cuya suerte será también el desecho de un presto agitato final.


Por caminos análogos, Sanhueza y Beethoven traspasan hacia el envés de lo evidente. Porque se trata siempre de las formas que la luz nos dona, en sus trayectos y vacíos, en lo aparente que nuestra lengua no captura, en esa ley inevitable de la noche y el día.


Diego L. García

La ley de Snell de Leonardo Sanhueza

La Liga de la justicia Ediciones. 2017

Diego L. García (Berazategui – Buenos Aires, 1983). Profesor en Letras, egresado de la Universidad Nacional de La Plata. Escribe poesía y crítica literaria. Entre sus publicaciones se encuentran: Fin del enigma (Editorial Municipal de Berazategui, 2011), Hiedra (La Luna Que, 2014), Ruido invierno (La Luna Que, 2015) y Esa trampa de ver (Añosluz Editora, 2016).

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