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Y los niños crecieron por intuición: cinco poemas de Cristhian Briceño Ángeles

LA LECCIÓN DEL MAESTRO

Por último, intenté escribir sobre un par de botas

Debajo de una escalera, nos dijo el maestro.

No eran mías, ni de mi esposa, ni tampoco de mi amante.

Sólo eran un par de botas debajo de una escalera.

¿Por qué se me hacía difícil, precisamente a mí, escribir

Sobre un par de botas debajo de una escalera?

¿Debía explicar, en primer lugar,

Que estaban debajo de una escalera?

¿Y qué pasaría si moviera la escalera, sólo un poco,

A la derecha?, me pregunté.

Y eso fue lo que hice. Y entonces

Sólo quedó el par de botas,

Ahora más sencillas y con menos sombra.

Pero, seguía pareciéndome difícil

Escribir sobre ese par de botas, y

Creí volverme loco.

Le daba vueltas y más vueltas al tema

Como un lobo escuálido que acecha el agujero del rey de los conejos, y creí volverme loco, y

Así me la pasé la noche entera.

¿Qué hace ahí ese par de botas?, le pregunté,

Muy irritado, a mi mujer, al día siguiente.

Ya muévelas, ¿quieres?, le dije, lloriqueando.

Sácalas de ahí, por lo que más quieras.

HABLAR SU JERGA

En fin, me enteré de que el poeta

Laureado, ese lagarto que ganó, en su juventud, el mismo

Premio que me acaban de otorgar, murió

En su casa de madera, al final de la calle,

Tal vez empuñando algo más significativo

Que una pluma.

Me he animado a llamarlo poeta, aunque

Usar la palabrita haga

Vibrar un harpa de incertidumbre,

Más terrible, acaso, que una piedra

Que siempre cae de revés.

¿Lo llamo poeta porque está muerto,

Porque, tal vez, su cabeza, fuera

Ya de este mundo muerto, ha asumido, por fin,

Su inútil cabalidad?

Señores: Keats ha muerto joven. Shelley, ahogado.

Y Chatterton, y Werther, jovencitos también; igual

Auden, Ritsos y Montale, venerables niños de más de ochenta años.

Entonces, ¿por qué le lloras un río?, me pregunto, retóricamente,

Por no decir, más bien: ¿por qué lo piensas

Justo ahora?

Muerto. No hay contacto posible.

En otras palabras, no hablamos su jerga.

Su Lenguaje vuelve a ser el silencio

Profanando Babel.

¿Ese no ha sido

Siempre el trato?

EL PARAGUAS

Alguien perdió su paraguas, y lloró a mares, y extrañó

Su paraguas al punto de olvidarse de sus hijos pequeños;

Y los niños crecieron por intuición, y mudaron

Los dientes a patadas, y se fueron ahogando

De vello y mal aliento, y solían acordarse de

Ese día como el día en que el árbol se había torcido.

Y quien encontró el paraguas ya era feliz, y fue

Doblemente feliz y bendecido con el paraguas,

Porque en esa región llovía que te cagas,

Y las personas iban siempre protegidas

Con grandes casacas impermeables, sin forma ni pizca de gracia,

Verdaderas cárceles de la moda y el buen gusto, blandas

Armaduras de neopreno, furias

Egocéntricas, coéforas, demonias,

Bastardas, perras, perras malnacidas.

EL RESTO ES LA LOCURA DEL ARTE

Lo siento por el que baila: yo me quedo sentado.

Si hay una fiesta en algún lugar,

Decido bajar las persianas, y

Me pongo a corregir

El poema que te prometí mañana.

Nada más despreciable que una promesa

Incumplida, nada más original

Que la muerte afilando su guadaña.

Los plazos hacen sonar las viejas campanas,

Y, pronto, el más ligero viento te arrancará las uñas, y

Ni siquiera te dolerá.

Sientes que debiste haber puesto

Ese alfil para proteger a tu reina,

Y querrás haber enterrado

A tus caballos en tierra consagrada, no ahí,

Junto al tablero, donde sospechas que irá a parar

Tu cabeza algún día. Y me dispongo

A escribir: ya es tarde, nos hemos

Incrustado en la noche, algo nos hizo

Girar como tornillos con sentido de la estética y

Nuestras grandes cabezas nos hicieron más difícil la tarea

De mantenerlas bien calientes. No es la gran cosa

Poner una palabra ahí, donde hacía falta. No puedes

Decir que naciste con la edad equivocada o con

La vocación de otro, a quien suplantaste, sin éxito.

Finges sobreponerte a cada fin del mundo,

Y el fin del mundo fue aparecer

En el poema.

HORROR VACUI

Ahora bien, mientras vamos

Ladera abajo a gran velocidad, alzando palos con

Cintas de colores, festejando un número rojo en el calendario,

Siento que la Tierra se ha quedado vacía.

Y vamos, tú y yo, abriendo

Todas las ventanas del mundo.

Tú y yo, entonces, abordamos el horror y, de pronto,

El vértigo nos llama. Y hasta la más dilatada llanura

Mide menos de dos segundos para

Nosotros. Entonces, presiento que la Tierra,

Donde la dejamos,

Se ha quedado vacía.

En el pueblo nadie nos espera, pero seguimos

Descendiendo, tan rápido que sospecho que allá abajo

Somos nosotros mismos quienes

Estamos esperándonos.

Nos vuelve el alma al cuerpo cuando

Vemos que la hierba

Deja de estar inclinada, y tú y yo,

Más calientes que agotados, entendemos

Que la Tierra vuelve a ser plana y desconocida,

Nuevamente,

Como lo era hace cuestión de siglos

Cristhian Briceño Ángeles (Lima, Perú, 1986) Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha publicado los poemarios Breve historia de la lírica inglesa (2012) y La comedia inmóvil (2014), con el que obtuvo el premio Copé Plata de la XVI Bienal de Poesía en 2013; el conjunto de prosas La trama invisible (2013); y el libro de cuentos La literatura en Alaska (2013). En 2012 obtuvo el primer lugar de la XXV edición del Cuento de las 1000 Palabras organizado por el semanario Caretas gracias al relato «Fiebre». Sus textos de creación han aparecido en revistas del medio locales e internacionales como Buensalvaje, El Hablador, Lucerna y Luvina (México). Actualmente curso una maestría en Literaturas Extranjeras y Comparadas en la Universidad de Buenos Aires.

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