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Todo aquí está hecho de piedra: Fragmento de la novela inédita de Saúl Montaño

A quien le importe mi nombre, lo diré en el momento menos pensado mientras avance esta lectura. Mido 1 m con 76 cm. Estoy desnudo, en medio de mi habitación, esperando a que se me seque el anti-transpirante para ponerme mi polera negra. Calculo las cuadras que tengo que recorrer para llegar al bar Maaratulde. 17. Bien. Cepillarme los dientes. Avanzo rápido hacia el baño. Me miro de pasada en el espejo de mi habitación. Apá me dijo hace años, sos jovencito como para que tengas pechitos, deberías ponerte a hacer ejercicios. Apá hace tiempo creía que yo sería fisiculturista. No me lo dijo él, me lo dijo amá, quien años después lo dejó. Apá la siguió, luchó por la unión de la pareja. Terminó en divorcio, separados ambos. Una mierda, en fin. Soy huérfano legal. Una vez de grande le vi los pechos a mi amá y ella ni se inmutó, como debe ser, a mí me perturbó. No tengo los pechos de amá, creo que más bien heredé los pectorales de la familia de mi apá, pocos pelos, pezones medianos, sonrosados. Guapos. En estas cosas pensaba mirándome en el espejo antes de ponerme la polera. Ok, vamos, dije. Salí de casa con zapatillas para caminar. ¡Ja! Un paso a otro. Llego a la esquina de mi cuadra, veo un nuevo letrero que anuncia hamburguesas a 5 bs. Gente sentada tragando hasta tres pequeñas hamburguesas. Malditos cerdos incontinentes. Pido dos. Veo sobre un freezer decenas de hamburguesitas listas para ser despachadas. Un tipo me dice, vos sos de Camiri. Ajá, le digo. Debe ser cinco años menor que yo. Fuiste compañero de la prima de mi amiga en la universidad. Dos hamburguesas, le pido. Claro, dice. Como de a tres bocados por hamburguesa pensando en cómo la gente es chismosa en mi pueblo ocupándose de la vida de los demás. También pude haber sido vecino de esta familia. Viviendo en Camiri evitaba contacto con mi entorno. Iba al río Parapetí junto a todas esas familias que van a remojar sus carnes y yo me sentaba en la orilla, hacía un charco, ponía toalla sobre mi cara, pensaba: jodanse provincianos; cuando me aburría de esto comenzaba a mirar de reojo a las mujeres. Quizás este tipo me vio ahí, raro, o bueno, distante. En el buche las hamburguesas, fue como comer cartón. Ya no están los pollos de los chinos que me salvaban del paso. ¿Engordé frente al espejo en el que me lavaba las manos antes de pedir un plato económico con fideo? Un amigo juraba que yo tenía una relación sentimental con la china que además decía su verdadera ocupación era traficar armas. Sí, claro que sí, pensaba yo cuando la veía cabecear a las tres de la mañana cuando yo ingresaba a comprarle mi cena. Estoy caminando a ritmo lento, cruzo la avenida, puteo contra un motociclista que pasa a toda mierda, seguro quiere llegar a su casa a ver Calle 7. En la esquina del cementerio general pienso en sacar una fotografía a la calle llamada el paseo de las flores pero la escena nunca me convence. Necesitamos más lugares con paseos de flores, hombres que compran arreglos para sus novias. A mí me parece un gesto cursi, dijo la semana pasada mi amiga D, pero una vez un tipo me acompañó a mi casa a las seis de la mañana, me dejó, al día siguiente mi abuela me despertó para decirme que había un ramo en la mesa de la cocina, yo seguía ebria, pero recordé que le había dicho al desconocido que para conquistarme tenía que regalarme flores. ¡Flores! No se conquista así a una mujer, pienso yo, es con atenciones, detalles, mensajitos ocurrentes en el celular, “jijijiS”, con esos, si es que ya tienes su número; obvio, el desafío es conseguir el número. Necesitamos mejorar la condición física, estoy sudando, puede que estén húmedas mis axilas. Vamos a medio camino. Un guardia me dice: buenas noches, joven. ¿Cómo le va?, respondo. Es mejor ser atentos con estos individuos porque pueden protegerte de un ataque en la calle. Imagino: un hombre en una moto se detiene frente a mí, me grita: ¡hijo de puta! Me apunta con un arma, se lleva mi celular; quedo de pie, solo en la calle, asustado. ¿Iría aun a beber luego de que me asalten? No concibo el alcohol para desahogarme. Me gusta la intoxicación en mi cuerpo. Me rasco el pezón derecho. Es blandito por la grasa. Yo sería un buen amamantador. Tengo una mancha blanca en el cuello. El dermatólogo, dijo, es el mal de los benianos. Yo pensé en responderle: ¿a los benianos les gusta acostarse con prostitutas, apoyar sus cabezas en almohadas donde cientos de personas lo han hecho? Ya no lo hago. Esta mancha es vieja. Una vez un hombre me ofreció una muchacha de dieciséis años. Pensé en todas mis primas a esa edad corriendo en una pradera (o potrero) o por lo menos en el patio de la casa de abuela, todas lozanas, yo entre medio, chueco del pie derecho, puros, dios, éramos puros a esa edad, pajeros, pero no corrompidos. Beniano ayudando a su vaca a cruzar el río. Vaca con todo el cuerpo escondido por el agua. Es la humedad, claro, no las prostitutas. Tenía miedo de que sea vitíligo. Vi a un hombre entrando a hacer pieza calzado con chinelas celestes, era bajito y delgado, tal vez ganaba la mitad de lo que gano yo. Hablo del prostíbulo. No, los albañiles ganan el doble de mí, pero gastan más dinero. Mi pezón izquierdo nunca me ha dado problemas. Me he rasurado un par de veces el pecho, no crece más vello, eso es falso, solo más largos y gruesos, no puedes ir en contra de tu genética y dotación de pelo. Saludo en la esquina al mesero que hasta hace poco trabajaba en Maaratulde, está conversando con el vende chicle y cigarro, un viejo con una panza gigantesca. ¿Venderá también droga? ¿Qué haces adulao? me pregunta el ex mesero. Le pregunto dónde está trabajando ahora. En la caja de un hospital, responde. Vaya cambio, le digo. Ahora, pienso, Maaratulde ganó en despersonalización porque ya no tienes a un tipo que de ser afectuoso caía pesado, a veces. Me gusta entrar al boliche, no soy un tipo grande pero es como si midiera tres metros caminando sobre un colchón, observo de reojo si hay conocidos, la masa de poleras negras, dos cabelleras rubias destacando entre todas las cabezas, hijos de puta que ponen Maná en la rockola, escuchen esas mierdas en sus casas, tatuajes por todas partes, hombres de camisa a cuadros, una pareja sentada donde usualmente me siento, ella fuma con el codo apoyado en el mesón, me apoyo a la barra y pido una cerveza Huari, me doy cuenta que un amigo está sentado junto a tres amigas, saludo a todas con beso. Usualmente tengo el código de no besar a desconocidas, una tiene las tetas grandes, la otra es de nariz media ñata y la tercera tiene unos colmillos preciosos. La amiga tetona poniéndose un hielo en medio de las tetas dice: hace mucho calor. Repite esta frase siete veces más, cosa que a mí me dan ganas de fumarme un cigarro tras otro, lo miro a mi amigo esperando una mirada de complicidad para decirme: qué pelotuda. La tipa ríe a decibeles nunca antes escuchados. Suena Air Suplay en la rockola y yo quisiera bailar todas estas canciones de amor, pero bailarlas como si tuviese veinte años, bailarlas en las calles, con esta mujer que dice que hace calor, que se queja de la carpa que cubre el patio donde todos los viernes voy a beber. La de los colmillos preciosos dice, ¿estás cómodo? Yo estoy sentado en un banco alto. No, le digo. Me hace traer una silla para acompañarlos a todos a tono, a la misma altura. Pido dos cervezas más, cuando estoy dispuesto a sentarme nuevamente tengo un flash de mí mismo en una piscina tocándome los pezones, pensando: este es el cloro santo que bendice las piscinas públicas, pienso en un maldito segundo en unos pezones de una mujer mientras sudaba en un sauna y yo la observaba pensando qué infeliz, eres una infeliz, eres hermosa, y pensé ahora en esta mujer que estaba en frente mío, y se había puesto un pedazo de hielo en medio de las dos tetas. ¡Y su risa! Te metes, te metes, acaso te metes merca cuando vas al baño y demoras demasiado, ¿merca? ¿eso es lo que te metes? ¿Merca? La amiga que está a mi lado, responde a mi pregunta de qué cuáles son sus planes para carnaval. Somos ocho chicas por si quieres saltar con nosotras (de pronto en este momento tengo la noción de que mis tetas están redondeadas-carnudas). Deberíamos conocernos antes, digo. La amiga de nariz chata suelta una carcajada. Puedo imaginarla besando y cerrando los ojos, como si te quisiera; tiene un aire dulce (la polera es áspera a mis pezones). Pertenecemos a una agrupación llamado Chabacanos, dice la colmilluda, preciosa. Se cuidan entre ustedes, digo. ¡Claro!, gritan todas, pareciera que se pellizcaran. Yo sonrío. Enciendo un cigarro tras otro. Mis tetas empiezan a adquirir notoriedad debajo de mi polera. Debí ponerme una camiseta a manera de sostén, pienso. ¡Oh dios! ¡Oh dios! De esto, de esto, de esto. Quiero amarlas, tocarlas, no para producir un efecto sensual, sino para, es en ese momento que siento una conexión profunda con raíces que se conectan a fuentes ¿o es una cueva? en donde viven enanos, sí enanos, que laburan clavando picotas, enanos que tiene tetas grandes, patillas largas, sin bigotes. Yo soy quien pertenezco a esta raza perdida de buscadores de estalactitas. Mi nombre es Rasgún y me veo lavándome los pies mansamente en una fuente sobre la que penden miles de estalactitas. Eres feliz ahí, soy feliz, canta, y voy a cantar, escucha la canción más allá de las notas de Corazón espinado, de Santana. Enciendo un cigarro. La luz que se filtra de una fisura etérea de la roca, de la cueva: este es el cerro Sararenda, ¡estoy metido en las entrañas del cerro custodio en la serranía del valle de Camiri! Volverás a los lugares donde amaste las cosas pequeñas; pequeñas cosas. Escucho a las mujeres decir que tienen ganas de bailar. Nos vamos a otro bar, a Caminito, dicen. Sigo a la luz de las entrañas del cerro, yo puedo sentir, comenzar a sentir el sol en mi ropa, en mis patillas, me quito el chulo de enano, entrecierro los ojos soltando una carcajada como pensé que no era capaz de hacerla, como si me apretaran un segundo estómago exclusivo para expulsar carcajadas de enanos.






Saúl Montaño (Bolivia, 1985) Escritor y abogado. Es autor de los libros de relatos Una bandada de pollos en el firmamento (2012), Autorretraro (Nuevo milenio), ganador del VI premio nacional de noveles escritores organizado por la Cámara Departamental de libro de Santa Cruz; y del libro: Desvelo (2016), editado por La Perra Gráfica. Su obra ha sido publicada en revistas online y en antologías como Domingos por la tarde (2014) y Voces —30: Nueva narrativa Latinoamericana (2014). Actualmente co-administra el blog cultural Hay vida en Marte.


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