Comentario a "Sordina" libro de Fanny Enrigue [ por Francisco Rangel]
El humor en la poesía mexicana se ha vuelto algo al uso. Si hasta la década pasada era algo secundario en ella, ahora muchos lo practican. Con esto, también bajo la calidad para desplegarlo. Parece que ser que si no puedes hacer stand up, haces poesía; sin aprender escribir comedia.
Permítame disgregar con una anécdota:
Me presentaron a un tipo que había leído poesía en un bar junto a otros 20 o 30. Después de darnos la mano y decir nuestros nombres me soltó:
─Hay un güey que escribe como yo. Es amigo de K y del A, el que organizó la lectura.
─Orale. A ver cuando puedo leer tus textos.
Sacó de su mochila un fajo de hojas y me las estiró. Les di una hojeada, más por amabilidad que por otra cosa. Aquello era horroroso, mediocre y de un humor comprado en alguna tienda en abonos.
─Creo que leíste al lado de Eduardo Padilla.
─Sí, ese el ruco que estaba allí y escribe como yo.
El chico no tenía ni puta idea de lo que decía. Su trabajo no valía el papel bond que ensuciaban. Me reí y le dije que no entendía que trataba de hacer.
─Es poesía. Tú sabes.─ fue respuesta.
Este es el promedio del humor que nos encontramos. Quienes producen esto, son derivativos de Bukowski, Efraín Huerta; los que tienen un poco más de lecturas copian descaradamente a Ángel Ortuño, José Eugenio Sánchez, Eduardo Padilla o Luis Eduardo García.
Frente a esta producción tan amplia, ¿cómo realizar un libro que pueda causar algo más que pena ajena? Simple con una fuerte carga metafísica que produce arquetipos y evita cualquier estereotipo obvio. Y Sordina de Fanny Enrigue nos lo pone enfrente.
El libro está aliñado con un humor caustico que no sabes si reír o llorar.
Era incapaz de hacerle daño
al perro
por eso lo encerré. Los niños no pudieron
haber escuchado
sus ladridos
estando bajo el agua
Aquí no hay “honestidad” ni “experiencia cotidiana”. Hay una fuerza descomunal que nos habla de aquello que deseamos, de oscuros pensamientos que tenemos los seres humanos como conjunto. Los textos de Enrigue desenmascaran lo humano, evitando la generalización y la moralina.
Es igual si está en medio del asfalto
junto al resto de las vísceras
con pequeños vidrios
incrustados.
Lo que resta de la historia
no es ninguna
lección:
el arcaico e inmenso
deseo de traicionar
todo
en
cualquier
momento.
Por alguna razón me la imagino pintándose de payaso antes de escribir cada uno de los textos puestos en el libro. Supongo que es mi miedo a ellos. Hace uso de lo grotesco para levantar una imagen de lo humano de una manera más clara y limpia: sólo deja los rastros de aquellas promesas al resolver las preguntas fundamentales. Desde aquel gnóthi seautón (Conócete a ti mismo) del templo de Delfos hasta los planteamientos de Marx, Nietszche y Freud, quedan expuestos de una manera poco glamurosa, más bien cruenta, en un país donde la existencia no vale nada.
También encuentro una respuesta a La Mexicanidad: fiesta y rito de Leonardo Da Jandra. Enrigue mantiene un discurso no concluyente sobre cómo vernos en este país de torturas, asesinatos, violaciones y harto balazo. Como si Husserl les hubiera dado alas a los alacranes para definir y comprender un entorno que suena con sordina.
Así es como se hace humor, niños. Antes de hacer el gracioso, lee un poco y calla la boca antes lo que no sabes hacer.
Fanny Enrigue. (Guadalajara, 1976) Estudió Filosofía en la Universidad de Guadalajara y el doctorado en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid; ha participado en encuentros nacionales e internacionales de poesía, así como publicado en diversas revistas y antologías, además de los poemarios Sucesión de la sombra (Paraíso Perdido, 2007) y Prácticas de crueldad para el verano (El viaje, 2013).