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Adentrarme en el invierno de mi cuarto: seis poemas inéditos de Pedro Cesar Alcubilla

LA VIDA ES UNA LÁGRIMA CAÍDA DE LOS OJOS DE LAUZON

no, amigo,

no has tardado mucho en darte cuenta

este mundo no está hecho para nosotros

aunque tratemos de huir convertidos

en poemas

siempre terminamos bajo la pata

de una mesa

solo servimos para eso,

para mantener el equilibrio

de una realidad que cojea

sin que se nos vea

sin que se nos huela

no, esta vida no es un lugar seguro

para los que buceamos entre la basura

tratando de encontrar nuestros pulmones

en una palabra exacta

los que buscamos aliviar el dolor

entre los pliegues de la carne sin rostro

los que intentamos darnos sentido

follándonos a todos los gatos del barrio

y esnifamos sueños imposibles para escapar

de esta absurda bolsa de plástico

mientras la fría fría tierra se carcajea

coloca una soga en nuestro cuello

y nos llama

con la voz sucia de Tom Waits

SALDRÁS DE MI BOCA PARA ENREDARTE A LA ESPALDA DE LA NOCHE Y MARCHARTE

A mi hijo Hugo

y llegó tu decimotercer cumpleaños

y como siempre,

no supe qué regalarte

¿qué podrías necesitar para abandonar tu susurro de niño y /enfundarte un alarido de hombre?

lo primero que pensé fue en lanzar al váter

todos mis consejos paternales

después recordé mis enfados,

los que me duelen más que a ti

-aún no entiendes que el amor a veces se comporta como una hostia /de padre-

y dudé entre millones de regalos:

quizá los valores

que nunca supe comprar

quizás un látigo

para domar los leones que te esperan

quizás una brújula para

que no te pierdas en ninguna parte

quizás una bola del mundo

para que sepas que solo da vueltas

solo sabía

que sería complicado acertar

con algo adecuado

para tu flamante disfraz de James Dean

adornado de causas que sólo tú sabes

así que opté por cosas

mucho más normales:

una tarta de queso hecha entre los tres,

llenando de trozos de galleta

la cocina,

un simple beso en la mejilla

-de esos que te dan tanto asco-

trece tirones de oreja,

y despedirme acariciando tu cabeza,

coger el coche,

poner el piloto automático hasta

adentrarme en el invierno de mi cuarto,

abrir la ventana,

encender un cigarro

y tras una profunda calada,

observar cómo el humo

se escapa muy despacio de mi boca,

toma tu forma

y se marcha

.

LA TRISTEZA DEL ESCARABAJO

RINOCERONTE

.

déjame

no hables

.

.

calla

deja que trague

esta muerte infinita

que tengo atravesada

en la garganta

es mía

solo mía

no quiero compartirla

no quiero que nadie sepa

de dónde viene ni dónde marcha

no quiero que nadie

pose sus manos en ella

no quiero que nadie

la acaricie

ni profane este momento

de soledad enfermiza

no sé,

quizá no lo entiendas,

pero hay venenos

que solo se explican

cuando uno percibe

cómo se expande

su aliento en las venas

mírame, estoy vacío por completo

y no sé cómo bautizar esta nada :

ayer vi la tristeza

de un escarabajo rinoceronte

a punto de morir tras la cópula

estaba toda en sus alas

lo cogí del suelo

y lo sostuve en mis manos

como si fuera

el último niño en la tierra

y comprendí su tristeza

era una tristeza tímida

una tristeza transparente y nervada

igual que ésta

mira mi cuello

cómo sube y baja

cómo busca lentamente

en mi centro

el calor de la última alcoba

mírala

piensa en ella

pero no te atrevas

a pronunciar una sola palabra

por su sangre vuelan sombras

y las sombras no soportan

cómo suenan las palabras

cuando empiezan a descerrajar

sus entrañas

quédate conmigo

sé mi espalda

malgastemos todo el aire que resta

y fumemos un cigarro levitando

en esta calma:

seré esa voluta que se estampa

contra el techo y se derrama

afuera una ciudad sumergida

nos ignora

y esta oscuridad es un mar

que rompe sus olas a cámara lenta

quizá mañana no haya orilla

a este lado de la cama

quizá mañana tu cuerpo escriba

el nombre de esta tristeza en las sábanas

ESTRIDENTE MELODÍA DE UN JUGUETE ESCONDIDO EN EL FONDO DE UN CAJÓN

¿Lo oyes?

¿Escuchas el zumbido?

Eso es todo lo que soy,

es mi forma de hablar,

directa, sin ambages

He olvidado las palabras de amor,

aquellas letras que se juntaban

y tanto daño hacían al desmembrarse

A cambio, he aprendido a usar el dolor

Es el único destornillador

capaz de reajustar los resortes

Solo hay que sustituir el interior

por un compartimento para pilas

o una batería recargable

Así de fácil

¿Escuchas cuando vibro?

¿Sabes que puedo hacer temblar una montaña?

¿Sabes que esto es todo lo que puedo darte?

¿Y el amor, dices?

Sí, ya, no tiene nada que ver,

aunque el amor también es cuestión

de velocidades

Uno va rápido, otro lento

y es tan difícil llegar a igualarse...

Puedo parecer simple, lo sé,

pero créeme si te digo

que una vez llegué a sentir

el palpitar de la sangre

Recuerdo esa sensación,

recuerdo su color,

la urgencia de sus compases

¿Me ocurrió a mí o estoy hablando por boca de otro que no existe?

A veces creo formar parte de una

ceremonia repetida hasta la saciedad

dentro de una burbuja sin aire

Donde no hay unos ojos quietos

enlazados a los míos

Ni caricias que me hagan sentir como

las páginas de un incunable

Ni un aliento empañando mi respiración

y convirtiendo cada instante

en diminutos cristales

No hay nada, solo un zumbido eterno

Un enjambre de cuchillos

que nunca cesan de afilarse

Y la certeza de saber que mi lugar

está en un cajón que alguien abre

alguna vez

Y me encuentra siempre al fondo,

muy al fondo, al final de un largo

laberinto de ropa interior

y cabezas cortadas de cisne

Donde nada tiene sentido

pero tampoco importa

Porque allí no tengo el valor

de preguntarme

ni quién soy en realidad

ni cómo

e sale

PARA QUE EL PIANO SUENE, ALGUIEN TIENE QUE MATAR AL ELEFANTE

piano

uno escucha esta palabra

e inmediatamente le puede sugerir:

Rachmaninov

Horowitz

Rubinstein

Schnabel

o

Rondo alla turca

Claro de luna

Para Elisa

La tumba de Couperin

yo escucho la palabra piano y en mi cabeza

se dibuja un edificio de varias plantas

y el zoom fija la imagen en un quinto o un sexto piso

¿por qué?

experiencia, simple experiencia

no sé afinarlo pero si sé

ajustarme una faja en los lumbares

no sé en qué parte del teclado está situada cada nota pero te puedo /decir dónde colocar

las cuerdas y las mantas para tratar de moverlo

no sé lo que siente un pianista al sentarse

frente a un piano pero sé lo que sienten

mis brazos cuando soportan su peso

peldaño tras peldaño

no sé lo que es una suite o una sonata

pero sí lo que es una tendinitis o una lumbalgia

no sé lo que cobra un pianista por concierto

pero sé lo que me descuentan por rayar

una pared o la madera del suelo

no sé de música, solo sé si un tema musical

me gusta o no me gusta

de pianos solo sé lo que me han enseñado

mis vértebras

por eso, cuando escucho a un pianista

tocando una hermosa pieza,

inevitablemente,

recuerdo todos los pianos que he cargado

a lo largo de mi vida,

todos los escalones que he bajado,

todos los crujidos en las articulaciones

que he sentido,

todas las gotas de sudor vertidas al suelo

y siento que una pequeña parte

de toda esa belleza,

mínima,

esa que es completamente inaudible,

me pertenece

porque de alguna manera

fui yo quien mató

al elefante

POSTAL DE METRALLA Y LUCIÉRNAGAS

I

la ciudad gira a nuestro alrededor

como una ruleta de luciérnagas

en celo

la Torre Eiffel parece sujetar

con su armazón

todo el entramado de las calles

de París en esta noche

yo me asomo con miedo

mientras el viento zarandea

con fuerza los cristales

tú haces fotos y sonríes

- sabes que no soporto verme,

no quiero que mi imagen quede presa

de ninguna forma en este mundo-

sacas un candado del bolso,

para colocar en Pont des Arts,

dices,

pero ya sabes lo que pienso,

siempre me han hecho dudar

todo ese tipo de cosas

cuya llave no se encuentra

solamente en mis bolsillos

II

lo pondremos en Pont des Arts

junto a la silueta transparente de la Maga

pero llueve demasiado

y decidimos refugiarnos

en Shakespeare & Company,

dos páginas desorientadas

en busca de unas letras

que las reinventen

después

devoramos un steak tartar

y una fondue en la rue Mouffetard,

y nos perdemos empapados

de vino,

como dos sombras borrachas

a lomos del Sena,

bajo la extraña mirada de las gárgolas

de Notredame

y tú

aún guardas el candado en el bolso

III

espadas, sables, puñales, arcabuces,

fusiles, ametralladoras

en el Musée de l' Armée hay

un hermoso compendio de soluciones

para el crecimiento desorbitado

de la especie humana

si gritara toda esa muerte a la vez

las vitrinas reventarían de pánico

París será París cuando construyan

un museo del amor

mientras tanto solo será

una ilusión triturada bajo las aspas

del Molino Rojo

una marabunta de sex shops en Pigalle

ya sabes, mon amour,

es más firme una erección

que la mayor parte de las promesas

IV

un tipo se acerca y quiere enseñarnos

la tumba de Oscar Wilde,

déjanos en paz,

hemos venido a venerar a dios

está enterrado

en Pere Lachaise,

bajo la piedra que reza su propia

sentencia

- kata ton daimona eaytoy-

no,

dios tampoco pudo con sus demonios

nos apoyamos en una valla amarilla

para escuchar a los hijos ciegos

de Jim,

break on through,

sí amigo, lo conseguiste,

todos los días te mira una flor,

siempre hay una canción tuya

para romper este silencio de pájaros

y guadañas

has alcanzado el sueño del rock n roll

¿cultivas peyote en el otro lado?

Jim, ¿sabes?

yo solo creo en el candado que te guarda

V

dejamos a toda prisa

mausoleos inclinados

y ángeles de piedra

hay que preparar las maletas

y coger el bus al aeropuerto

vacías el bolso en el hotel

para buscar los billetes

y algo cae,

mezclado entre potingues

y tabaco

ya no tiene llave

VI

miro desde aquí abajo

y París sigue girando cada vez más despacio

en el fondo de un turbio remolino

de luces muertas

ahora entiendo la mirada de las gárgolas,

su pétreo presagio

mira dónde estamos:

tú caminando con paso firme

y yo esquivando mis propios bandazos

da lo mismo,

tal vez,

ni siquiera debería haber escrito

estas palabras

pero qué cojones

aquellos días, tú, yo,

París

por todo eso

bien merece la pena

fundir aquel candado

y fabricar

esta postal

de metralla y luciérnagas

Pedro Cesar Alcubilla. (Soria, España. 1972). Poeta. Comenzó las carreras de Publicidad y Magisterio abandonando las dos antes de finalizar el primer año de estudios. Trabajó en una empresa de jardinería, en una funeraria y posteriormente se dedicó a la carga, transporte y restauración de muebles antiguos durante 12 años. Actualmente trabaja para la Administración estatal en Zaragoza, alternando su residencia entre dicha ciudad y Soria. Ha publicado Retrovisor (Canalla Ediciones, 2017).


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