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Permanecer en el tiempo como un monolito: poemas de Andres Azúa

COSTANERA

Se pasea por la costanera

como descendiendo

por círculos concéntricos

hacia el infierno azul de la noche sobre el mar.

Sus sillas de cemento fueron diseñadas para estar vacías.

Su forma desproporcionada pareciera esperar

la llegada de otra raza

que las usará como tronos para contemplar el mar.

Quizá su único propósito sea la permanencia.

Permanecer en el tiempo como un monolito

erguido sin otro fin que la verticalidad;

esa obsesión humana de apilar piedras sobre piedras.

Quizá por eso los automovilistas se pierden

en la contemplación de su propio parabrisas

o de la noche a través del espejo retrovisor.

Se pasea por la costanera esperando

que el litio de las olas ascienda hasta tu nariz

ATARDECER EN EL ALTO

Veíamos en el paso del día a la noche

como un alumbramiento

algo así como una reproducción a escala del pleistoceno.

Quizá respirábamos la antigüedad del microclima

como figuras de un terrario o bola de nieve

que cifran mensajes en el haz de una linterna.

Yo pensaba el atardecer como una sinopsis

de los últimos atardeceres que vería, el último de la especie

Hacia atrás los contaba, con los dedos de las manos.

VER Y VOLVER A VER

A Samuel García

El sentido de lo visto te seduce

con formas sencillas

como si te dijera: no hay necesidad

de esfuerzo alguno,

recorres una línea recta y el ritmo es adecuado,

volverás a ver la capital un domingo

dentro de siete días y sabrás que alguien custodia

tu equipaje olvidado.

Así también todo retorna a su invisibilidad original

para consuelo tuyo.

Solo recuerda la posición en el cielo

de la constelación amiga,

esa tercera presencia

que, según dicen, guía a los escaladores

por desiertos de nieve virgen sin cartografiar.

La serenidad es algo así: dejarse guiar

por la razón de un tercero

hacia algún puerto en desuso.

De "El Subsuelo es de la Corona" (La Liga de la Justicia, 2016)

FRANCISCA, LOS CAMINOS ASCENDENTES Y DESCENDENTES DE CUALQUIER LUGAR

§

ahora veo todos los senderos

con comodidad,

un resbalín de piedras

rodadas

afines a las plantas de tus pies que acceden

a un paisaje ancestral y reescrito

¡cuántas posibilidades

infinitas

de lesionarse!

deshidratados de tal manera

que no nos es posible desangrarnos.

me detengo una vez más

en tus piernas desnudas como materia afín

al trayecto ascendente,

¡Cuánto poder hay en la locomoción serena!

y más encima está la lluvia, la posibilidad

de una llovizna

nieve inoportuna en el umbral

del verano

un helicóptero de rescate

como suero caído del cielo

o sangre de murciélago,

generoso durmiente diurno.

§

cómo fue que siempre acertamos

a la dirección cambiante

de la sombra del árbol?

la culpa la tiene mi pereza ante las cámaras,

pacífica fresa de la tragedia

el fruto sin timbrar que da volumen al bolsillo

de algún jornalero en

privados espacios abiertos

una apuesta

en absoluta desproporción con mi modesta fortuna.

Y el concierto se repetía cada 15 minutos.

Y con qué encantadora simetría

se colocaban las lunas en los dos muros opuestos.

(Inéditos)





Andrés Azúa (Punta Arenas, 1990). El 2016 publicó su primer libro “El subsuelo es de la corona” por Liga de la Justicia ediciones.

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