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Viendo tus pasos, aprendo mi caminar: novela de Franscisco Rangel (fragmento)

1


Llegué, lo primero que hice, fue ir a donde me dijeron que había caído muerto. Me paré a media calle y traté de imaginar cómo había sido aquello. Su muerte acaeció durante la época de lluvias; yo llegué ahí con el clima más seco de varios años. El vientecillo levantaba con fuerza el polvo reseco que pisaban mis zapatos.

A ciencia cierta no sabía qué quería encontrar. Ya había buscado todo lo posible sobre Miguel Hernández Oñate. O por lo menos todo donde aparecía ese nombre: llegó a México bajo el nombre de Mikel Atxaga Oñate, junto con un grupo de anarquistas españoles. Tenía por oficios minero, cohetero y cualquier cosa donde hubiera pólvora o explosivos. Dejó España bajo el sueño de hacer la revolución. Sabía leer y escribir, pero no tenía consigo ningún papel que avalara educación alguna. Sólo por dichos sé que llegó entre 1920 y 1922 por el puerto de Veracruz, junto con un grupo de españoles que después asaltarían varios bancos y formarían algunas organizaciones sindicales. De todas ellas se formará años después la CTM.

En los registros, lo más parecido es un tal Miguel Hernán Oñate, llegado en mayo de 1922, el cual pedía asilo político pero no continuó con los trámites. Venía sin papeles. Siguiendo ese registro, observamos su paso por diversos puntos del país hasta llegar a la Ciudad de México. Sólo hay que leer las noticias en la prensa de Veracruz, Puebla, Tlaxcala, Hidalgo y D.F.: asaltos, asesinatos de empresarios y curas, cuatro empresas volaron por los aires; todo eso en tan sólo dos semanas.

También es extraño que para la fundación del Sindicato de Carniceros, Tablajeros y similares del D.F. exista en sus registros una donación por el “…compañero Miquel Atxaga, amigo de este sindicato y a quien agradecemos su colaboración solidaria para hacer este nacimiento posible.” En ningún otro texto del sindicato se vuelve a nombrar a tal sujeto. Sin embargo nos lo encontramos en tres textos más: un sindicato rojo de petroleros, con el cual también colaboró económicamente; así como en la fundación del primer Sindicato de Enfermeras y Personal de Apoyo Médico, este también lo registra como compañero, colaborador y fundador bajo el Nombre de Mikel Achaga; mismo nombre que encontraremos en la fundación del Sindicato de Fundidores de la Ciudad de México y en el del Sindicato de Cargadores y transportadores de Mercados en Ciudad de México.

Todas esas organizaciones se fundaron en menos de seis meses. Y por alguna razón, tanto notarios como personal de la Secretaria de Gobierno actuaban de manera expedita para ello.

Esa falla me dejaba demasiadas dudas sobre si era el mismo personaje; pues parecía conocer de leyes y delincuencia a partes iguales y con amplitud. Indagando en diversas fuentes e interrelacionando la información me di cuenta de algo: Esos ocho españoles llegados a Veracruz tenían una base con otros llegados antes e iban dejando redes para nuevos aventureros con sueños de revuelta.

En esa estancia de ocho meses que duró sus correrías, hicieron funcionar un pequeño periódico. En él se narra una novela en entregas. Se publicaba semanalmente. Cada capítulo contaba las hazañas del grupo Limpia el Mundo: se narraba el secuestro de familiares de jueces, extorsión a burócratas y funcionarios, asesinato de monjas y sacerdotes; y cómo todo esto hace llegar a buen fin las acciones de los valerosos obreros y campesinos que toman la justicia en sus manos para poder tener parte en el mundo que habitan. Si traspalamos la narrativa con la historia, nos daremos cuenta cómo era que conseguían todas y cada una de las cosas que se proponían.


Sin embargo, para febrero de 1923 las cosas cambiaron. Durante un asalto al Banco Internacional de Inversión, hay un enfrentamiento directo con la policía. En el muere Bernardo Atxaga Mugúruza, al parecer primo de Mikel, y Sebastián Vicente Ortiz. Estos ya eran buscados por el asesinato de la hija del juez tercero de lo penal en Ciudad de México. La toma del Banco fue una mancha terrible para la policía mexicana: si bien hubo dos bajas de los delincuentes, murieron durante la toma otras veintitrés personas, entre cajeros, secretarias y clientes. El Regente del D.F. sólo atinó a decir a la prensa que los delincuentes usaron a los muertos y heridos como escudo humano.

Dos días después llegó al periódico El Universal, una carta donde describían la vida privada de la Esposa del Regente. Se le describe como una meretriz que ayuda a su marido a subir por los peldaños del poder, a través de sus amantes. Estos, por cierto, son encumbrados políticos. La carta jamás fue publicada, ni nada de su contenido. La gente del periódico se la hizo llegar a la familia del General Lauro Sánchez, un revolucionario y convertido político. Ellos la guardaron durante años. Llegué a ella gracias a la nieta del General Sánchez, quien se convirtió en pintora y al enterarse de mis búsquedas, le pareció que la misiva tenía algo que ver con eso. En aquel momento, Sánchez era funcionario de la Secretaria de Seguridad Mexicana. La carta estaba firmada por Limpia el Mundo.

Así comenzó la cacería y el siguiente capítulo ya no fue escrito. Policías, políticos y hasta delincuentes, los buscaban. Había una bolsa de mil pesos por cada uno de los anarquistas. Al parecer, sólo tres se salvaron de aquella persecución. Los otros, fueron eliminados de la siguiente manera:

Romualdo Vértiz Soria murió abatido en un campo de fútbol por el rumbo Santa María la Ribera. Juan José María Aznar Valderrama murió en la cama de una prostituta en el Barrio de Tepito; según los registros, ella lo mató para cobrar la recompensa; terminó en la cárcel sin un peso en la bolsa. Iñigo Ortuño Jaime murió en un tiroteo a las afueras del Mercado La Merced. José María Miranda Vicente y Santiago O’Duls Miramonte murieron tres años después en España, durante un enfrentamiento con el ejército Español. Aquí desaparece para siempre el nombre de Mikel Atxga Oñate. Se esfumó.

2

A finales de 1923, en el Palacio Municipal de Jerécuaro, Guanajuato, se casan María de Jesús Ignacia Mercedes Juárez Garrido con Miguel Hernández Ordoñez. Ella mexicana, cree tener 25 años, viuda con tres hijos; él, Español de nacimiento, pero tiene en trámite su nacionalización, de oficio jornalero. Todo esto podría pasar inadvertido sino fuera porque fue la primera boda por lo civil que se celebró en el municipio. Lo más raro fue que nunca hubo boda por la iglesia. Así mismo, y ese día, Miguel Hernández pidió el cambio legal de apellidos para los tres hijos de María. Ella, por supuesto cedió la patria potestad compartida; ningún hombre de su entorno quisiera hacerse cargo de aquella prole. Al no haber juez, fue el presidente municipal quien realizó todos los trámites legales.

En el acta, ella firma con su huella y una X. Miguel firma con una caligrafía limpia.


3

Según lo dicho por María, su vida cambió desde que dejó meter a ese hombre en su cama. Recuerdo que le pregunté ¿En su casa? No, muchacho pendejo, en mi cama. Pero ¿A ti por qué te he de contar eso? Nomás dime. Ya estoy muy vieja y hasta se me va la boca de más. Lo primero que supe de Miguel fue por María.

No sólo les dio apellido y los trató como a sus hijos: les enseñó a leer, escribir, aritmética, geometría y algo de álgebra a cada uno. También les enseño a construir, sembrar, hombres y mujeres hacían quehaceres del hogar: dicen que solía afirmaba: no hay trabajo que tenga polla o no, pero entre más sepas, sobrevivirás con menos. Con María tuvo tres hijos más, pero todos eran sus hijos y para todos, Miguel era su padre. Sólo tuvo una manía, según su mujer, a todos les enseñó hablar un idioma que nadie conocía. Todos hablan euskera.


Rosalía, la primera hija de María, me contó de cuando tuvo su primer novio, Miguel no dijo nada. Pero el muchacho aquel, un día en un baile del rancho se puso celoso y le pegó. Ella tenía como quince años. Miguel salió con el 30/30 y le disparó al padre del muchacho. Así, sin decir nada, frente a todos. Hasta la banda que tocaba, enmudeció. Él se volteó y les dijo a todos: si no son capaces de educar a sus hijos, mejor que se mueran de una vez. El muchacho quiso cobrar venganza con un cuchillo y Miguel le disparó a la madre que trataba de ayudar a su marido. Al llegar hasta donde estaba Miguel, el joven fue recibido con un cachazo en la cara. Algo le dijo Miguel al oído mientras estaba tirado; al día siguiente, el muchacho y sus hermanos menores se fueron del pueblo. Pero aquel incidente marcó la vida social en el pueblo de Rosalía: ningún hombre se le volvió a acercar en el plano amoroso. Ella, al cumplir 17 años se fue a Tijuana; será en San Diego, California que fallecerá. Se casó con un mecánico y tuvo seis hijos: dos hombres y cuatro mujeres.

Manuel, el segundo hijo de María, recuerda a Miguel como un hombre amoroso. Solían ir de cacería al cerro, le enseñó a usar armas, a sembrar y cuidar a los animales. Pero también le inició en rudimentos para construir máquinas. Entre todos levantaron los cuartos de la casa familiar, cada uno de tuvo cuarto propio, un cuarto servía de cocina y diseñó un tipo de cañería que sacaba la suciedad de la casa y la dejaba en la parte alta del rancho. Aún se conserva ese drenaje en el rancho, limpia de manera natural las aguas residuales usando un cárcamo natural para ello. Otro de sus recuerdos es el querer saber qué pensaba María, su madre, de Miguel. Manuel cree que él los quería más que ella. Según lo recuerda como un hombre que no le gustaba que su mujer fuera callada y no hiciera problema. Cuando la mujer no te la hace de pedo, ya te tiene agarrado de los huevos, Manu. Me dice que le repetía su padre mientras trabajaban, le da un trago a su cerveza y prosigue. Por la tardes, en lugar de beber con los demás hombres, Miguel enseñaba a sus hijos a leer y escribir. Con pedazos de madera tallados, le enseño a imprimir cosas a Manuel y a Sara, la tercer hija de María.


Sara, cuando la conocí, parecía más la clásica pocha que menospreciaba lo moderno y alababa en extremo lo mexican curious. El parecido físico con su madre era increíble, hasta el timbre de voz era similar. Tenía en San Fernando, California, una imprenta y un rancho de caballos. Presumía hablar tres idiomas perfectamente: inglés, español y euskera. Sus hermanos sólo asentían cuando ella hablaba y trataban de evitar cualquier contacto largo con ella. Cuando le pregunté por Miguel, su palabras fueron: Llevó una vida buscando un hombre así, un verdadero hombre y no un pedazo de verga con patas. Yo soy lo que soy gracias a mi padre, al padre de todos estos que ves y no conociste. Me he casado dos veces y dos veces me he divorciado. Ahora creo que hombres como mi padre no nacen diario, joder.

No era tu padre, chinga. Le respondió María. Te crio como a su hija, pero no era tu padre.

Para mí lo fue y nadie me lo puede quitar. Ni siquiera tú, con ese odio a todos tus hijos. Le respondió a su madre y salió del cuarto donde estábamos todos, ese día.

Miguel, el primer hijo de María y Miguel, salió a buscar a su hermana. Los dos se veían enjutos y llorando al lado de un laurel. Estábamos en el sepelio de Ramón, el hermano de Miguel. Julia, la hermana menor de todos servía café con ron.

Ese día éramos tantos metidos en la casa de Ramón, su mujer lloraba abrazada a su ataúd, sus hijos a ella. Miguel es mi abuelo y desde aquella noche larga me obsesioné con su padre, mi bisabuelo. Al igual que su padre, todos los hijos de mi abuelo hablan euskera en casa.

Cada uno de los hermanos de mi abuelo me dio datos y hasta pagaron las cuentas para que investigara a Mikel Atxaga. Excepto Julia que no lo conoció y Ramón que estaba muerto, todos me platicaron como recuerdan el día que murió su padre. Con mínimas variantes, todas las historias se parecen a la de María. Aún tengo la grabación en casete:


Miguel era un hijo de la chingada que le gustaban los problemas, en especial con los curas. Cada cierto tiempo solía ir el párroco por el diezmo. Miguel lo corría diciéndole que no le iba dar dinero a un hombre que se ponía falda para hacer mal teatro. Y menos, les daría por andar pidiendo en nombre de un fiambre. Los padrecitos no se hubieran mosqueado tanto si nomás nosotros no le hubiéramos dado; pero varios hombres del rancho les dijeron que no darían. En menos de un año, al templo nomás iban las viejas del rancho. El problema fue cuando se levantaron los cristeros.

De esos hijos de la chingada había que defenderse y bien. Te robaban en nombre de Dios. Los sacerdotes que andaban con ellos te excomulgaban si no les dabas tus animales y tus granos. Miguel defendió el rancho durante años con los hombres de allí. Apenas sacábamos para tragar y esos querían que nuestros hijos se murieran de hambre. Como si por tener hambre uno se ganara el cielo.

Miguel mató a varios padrecitos y de los seminaristas esos. Y los tales cristeros no eran cosa buena, sabíamos que a los de ranchos vecinos les habían violado a las mujeres y se habían llevado a los niños para pelear por ellos. Ora salen conque eran buenas personas. Pero como decía Miguel, en la guerra no hay buenas personas, sólo hijos de puta que salen vivos o pendejos que se mueren.

Ni me acuerdo bien, pero ya se había acabado la cristeada, y todos esos odios seguían allí. Abrieron el templo, que había estado cerrado por mucho tiempo, llegó un cura. Muy trajeado de negro y falda. Lo había mandado el Obispo de Morelia. Ese hombre estaba bien molesto con Miguel. Hasta lo odiaba, yo creo, y eso que es pecado para ellos. Pues el nuevo cura llegó gritando y maltratando a todos en el rancho. Dijo que nos iríamos al infierno por no darle nuestras cosas. Todo el rancho fue a buscar a Miguel, después de que el curita le pegara a Tiburcio, el borrachito del rancho que no hacía mal a nadie. Nomás porque Tiburcio se rio del sombrero que traía el hombre ese. Con una cuarta le dio hasta que se cansó. Tiburcio se murió al tercer día. Miguel fue a buscar al padre. No lo encontró en el templo, pero agarró todos sus triques y se los puso afuera. Sacó el vino, el cáliz y las hostias; y lo esperó. Cuando entró el cura, vio a un salvaje sentado en el altar, tomando de su copa y comiéndose las hostias consagradas. El cura le levanto la cuarta y Miguel le metió un balazo en la frente. Con tablones le hizo un cajón y en una carreta se lo mandó por la mañana al Obispo de Morelia.

Pasaron un par de años. Las mujeres que querían oír misa se iban a Apaseo el Alto o Jerécuaro. Pero no eran ni seis. Esas si andaban con el chisme de pedir un cura a Morelia. Pero no llegó un cura. Mandaron a unos veinte hombres, todos vestidos como los cristeros, así con sus escapularios, rosarios y fusiles. Se sentaron afuera de la tienda de Martina, esta vez no pidieron nada regalado en nombre de Dios; pagaron todo. Era época de lluvias y Miguel andaba en la siembra. Los chismosos de siempre le fueron avisar que había unos cristeros en la tienda. Miguel mandó a Manuel a la casa en la mula y él se fue a caballo por otro lado para bajar por la calle principal, donde estaba la tienda. Los hombres seguían ahí, dizque guareciéndose. Dicen que cuando pasó Miguel hasta le dieron las buenas tardes. Él nomás se agarró el sombrero a manera de saludo. Que no lo dejaron avanzar ni quince metros y todos salieron con los rifles en alto y le dispararon por la espalda. Miguel quedó tirado en el lodo y el caballo unos metros más adelante. Nadie salió a defenderlo, le tocó ser el pendejo ese día.


Esa historia la escuché muchas veces. En boca de mi abuelo, de su madre, de cada uno de sus hermanos. Siempre se la contaban unos a otros, todos la sabíamos y todos terminábamos llorando. Era la historia que fundó mi familia.


Los cuatro hermanos cuentan que fueron corriendo con su madre, Manuel llevaba la mula. Cuando llegaron, ahí seguían los cristeros. Les dijeron que se tenían que ir del rancho a más tardar al día siguiente.

María tenía tres meses de embarazo y se fue rumbo a Celaya. Sus cinco hijos terminaron en Tijuana.

Miguel al cumplir los veinte años fue a reclamar unas tierras que estaban en Apaseo el Alto. Allí conoció a su esposa, Alberta Vázquez. De ellos, nació Teresa Hernández, mi madre.

Francisco Rangel. (Celaya, Gto. 1975) Es padre de Familia y amo de casa. A ratos da clases, a ratos prefiere hacer de comer. Navajero con problemas de literatura, nunca al revés. Escucha música a puños y a puños vive. Gracias a su aburrimiento escribe y ha publicado un par de libros: Junkebox - Cartas a mi Hija (ICL, 2009) y Dios por Dios es Cuatro (Ediciones La Rana, 2010). Mantiene el proyecto sonoro Slummy Guys, así como la creación de diversos proyectos de arte sonoro. Actualmente trabaja un demo con el Proyecto El Guacho y sus Flaites. Maneja un proyecto alimentario bajo el nombre Cocina G (Godínez Food).













taban en Apaseo el Alto. Allí conoció a su esposa, Alberta Vázquez. De ellos, nació Teresa Hernández, mi madre.

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