No hay auténtica crueldad sin revelación dolorosa: cuatro poemas inéditos de Julio Romero
EL BRILLO DE LA ATMÓSFERA
Me llamas gurú del pensamiento negativo porque huyo de la vida perfecta. Mientras, continúas anclada en el trasiego de sentimientos que te conducen al despropósito.
Vente a mi lado. Sitúate a una distancia prudente; sin alejarte demasiado. Serás testigo del brillo de la atmósfera.
HIJOS DEL CORÁN
Despreciados por el cosmos, dondequiera que nos ocultábamos siempre daban con nosotros. Habíamos quedado desamparados tras el armisticio; nuestro trabajo había consistido en matar pero ahora éramos nosotros los perseguidos. Las indicaciones viciadas de nuestros falsos infiltrados nos conducían hasta la puerta del Tribunal. Allí, los que encolerizábamos éramos introducidos en tubos de resonancia magnética donde nos desvanecían los pensamientos con pesadillas entre la niebla.
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- a mi padre-
He corrido
a salvarte
la vida.
Pero padre;
arrastrando
el castigo
del orgullo
ahondamos en los surcos
de la memoria.
Los años
no nos impiden
seguir
siendo cobardes
y de poco
sirven
las confesiones
al psicólogo
si sólo nos besamos
ante la desgracia.
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¡Apresúrate!
Esto es Occidente;
Te advierto
que han cambiado
los parámetros
del sufrimiento y
que los días transcurren
como catástrofes oscilantes
de un calendario
convertido
en campo de minas.
No olvides
que el navajazo
por la espalda
ya no se contempla
con asombro
desde que somos
demasiados
pretendiendo ser lo mismo.
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Soy la víbora
que surgió de entre tus piernas
la noche que te agarraste sudorosa a los barrotes fríos de una cama de hierro.
Nací siendo ya un delincuente;
convertido
en tu medio de transporte más seguro.
Me enseñaste
a no requerir besos ni carantoñas
aunque
en las noches de frío
buscabas mi cama
embruteciéndome
y convirtiéndome
en tu matón más joven.
Tus recaídas terribles
se convirtieron
en la cadencia frenética
con que la vida me marcó el paso.
Dejé de llorar como un niño
la noche de perros
que cumplí los seis años
y regresé a casa descalzo
con tu dosis.
Al verme aparecer comenzaste a llorar
y me prometiste unos zapatos.
Nunca faltaban tus buenos propósitos
cuando te sentías culpable.
Detrás de tí
estaba el otro;
hablándote al oído;
insinuante;
ignorándome
por completo;
agarrándote por la cintura;
camelándote;
y yo quieto y helado;
arrodillado y acurrucado
como un muñeco de nieve
que parten de una patada
por la mitad;
viendo cómo se alejaba la voz
que escupía tu boca
hacia el patio donde os poníais ciegos
de heroína,
tumbados hasta el amanecer,
sin poder moveros.
Por tu culpa me deshice
de más de diez hombres.
A unos los maté porque no te pagaban.
A otros,
porque se acostaron contigo delante de mí.
Sobrevivíamos como animales.
De nosotros
nació una criatura
a la que siempre llamo hermana.
Ya estás vieja...
pero sigues igual
de mezquina...
Sonriéndome con cara de mala leche
tratas de resistirte;
pero ahora soy yo el que manda
en el negocio;
y te aseguro, madre,
que no me temblará el pulso.
Julio Romero (España 19XX). Poeta. Su trabajo permanece inédito.