Hospital de niños: poemas inéditos de Virginia Benavides
Si hablo de resistencia una chispa salta del artefacto que hace casa en tu lenguaje y todo se contrae, como un sexo contenido. Entonces callo y la expansión explora otros movimientos afines al silencio. Esta maquinaria que me hace decir y callar conoce bien de maromas y pausas, de hilos en suspensión y nudos marineros. No estoy. No soy. Entonces estoy y soy. He ahí la resistencia irresistible que roza mi lengua y la electrocuta. He ahí el nudo que me desnuda.
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Estertores que nunca veremos salvo a través del batiscafo, la escritura en tramado de agonía, la iluminación de estar al borde. La tocada poesía. Todo será como haber perdido las maneras de decir tú o estar en el mundo. Una disidencia o toque de queda es la dosis de calma. Salvaje rumor alumbra las cámaras mortuorias (es la espera de cobijarte, niño). Risas como de hiena escondidas tras las ventanas, ruido de utensilios médicos en música tribal , voces detenidas en la angustia del pariente que inquiere por qué porqué por qué en catatonias de autista o el mismo disco rayado de la desolación que es tu verso cacofónico, tu insonoridad, tu pierde. El que pestañea pierde es el grito de guerra entre todas las bacterias que llegaron a la fiesta. Nadie se perderá su primer baile ni su primer drama. Nadie se perderá como cuando niño en los juegos y nadie te buscaba. Nadie se perderá porque ya se perdió hasta la sien. Estamos hechos. El viejo dj nos anuncia una conmoción, el temido código rojo que hace pogear a los doctores en translucidas salas de operaciones. Estados de emergencia, poesía, trauma shock, pabellones sumergidos, poema perdido.
PABELLÓN B ESTE
Las lesiones del lenguaje, la lengua que tritura silencios, los destilamientos del asombro en barcos anclados, La pena que despena. Incidir y exceder las palabras supurando lo indecible. Las estancias de la cicatriz, la costura que se deshilacha como la vida. ¿Qué vida? La que escuece, la que cavas, la que navega estando quieta, la que abordas a todo babor, la que no sabes de qué se trata, la incurable, la de pájaros restauradores de los cielos que tocaste, la imperdible, la que es comarca arrasada por bandos contrarios en tu mente, y la que se erige isla sitiada por los anhelos como peces transparentes y escurridizos. la entubada, la de cuidados intensivos, la que se interna para nunca más salir sino es volando, fugando o reinventándose. La de adentro, La vida ida. Y asi se cuaja el silencio en ejercicios de lenguaraz, así se retira la venda para no ver y por fin mirar lo que navega. Así ibas rumiando el rumbo mientras atravesabas el pasillo en una camilla como una barcaza de entre guerras. Los peces como pacientes en los umbrales de los cuartos te saludan e invitan a desembarcar. No quieres. Así debería navegar sin puerto te dices, mientras el enfermero no sabe si vas a Endocrinología o a Siquiatría y relee la orden médica. Sonríes. Todo es comprensión de lectura pero somos pésimos actores que llegamos en un río paralelo a otra isla, a otro puerto que se deconstruye apenas lo tocamos con el anhelo de quedarnos. Fluimos como el antibiótico dorado por nuestra carne adorada por algún gusano pasajero, no deseamos permanecer más que lo que desparece en el suelo soleado el escupitajo, la maroma médica como un aplazamiento, un zurcido invisible para lo incurable. Este decir que se escurre por el sumidero de lo eterno, poesía, caudal, remedio vencido, manos de mamá palpando la fiebre, párpados que se cierran como un poema dormido.
Virginia Benavides (Lima ). Ha publicado publico Esxtrabismo (Chataro Editores, 2003), Sueños de un Bonzo (Edición de autor, 2013) y aeiou (Amaru Cartonera, 2015).